Andrés Sánchez Magro

Vinos concursales

La Razón
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Al final resulta que ser famoso tiene penalización si se mete uno a bodeguero. La verdad es que hay de todo como en botica, y nuestras «celebrities», como en tantos otros sitios, buscan en el vino un signo de distinción. Ahora se habla mucho de los concursos de acreedores en bodegas tan señaladas como la de los futbolistas merengues y adláteres en la manchega Casalobos, o la del propio hollywoodiense Banderas, pero el fenómeno del famoso bodeguero viene de largo, y esperemos que nunca desaparezca. Porque claro, ¿quién da los pasaportes de famoso o quién pontifica sobre el hecho de que gente con notoriedad pública dirija sus inversiones al sector vinícola? Cuando hablamos de personajes célebres, sólo pensamos en Miguel Bosé y Gerard Depardieu y su experiencia enológica en Toro, o del inquieto Imanol Arias y su cepa 21. Pero olvidamos que también es famoso el empresario Alfonso Cortina con su impresionante bodega Vallegarcía. Sus vinos, enclavados en los montes de Toledo, son hoy aún una de las referencias más pujantes, aclimatando castas foráneas de madera muy brillante. O la no menos importante familia Entrecanales con su Arrayán.

Algún bodeguero ha confesado que unir su imagen a la de los famosos puede resultar una operación de marketing saludable a corto plazo, pero como cualquier actividad creativa y de comunicación, necesita un vino que lo soporte y un respeto del sector. Por el hecho de salir en el «cuore» o de que te conozcan en los restaurantes, nadie te garantiza que en el ajedrezado mundo del vino español, cada vez más competitivo y con excedentes por doquier, vayas a vender las suficientes cajas de vino como para que te cuadren las cuentas de resultados. En el otro extremo hay experiencias hermosas, como la de Val Liach o el Más Perinet de Serrat.