Cine
Mary Paz Pondal:«Para hacer cine tuve que vender mi puritanismo»
No se llevaría a una isla desierta la Enciclopedia Británica, ni un perro, ni una navaja multiusos, ni un encendedor. Creo que es la única actriz que me ha dicho, muy seriamente, que ella se llevaría espectadores para que la aplaudiesen, «porque no hay nada superior al aplauso».
-Ha pasado por el teatro clásico, por las manos de Paco Martínez Soria y de Buñuel, y por la portada de «Interviú». ¿Eso resume una vida?
-La de hace tiempo quizá, pero lo más importante me ha pasado en los últimos quince años: la idea de llevar al teatro las vidas y la poesía de Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández. Es lo que he hecho y sigo haciendo, mi mayor logro: me aplauden mucho y gano mucho.
-¿Por qué montajes teatrales sobre esos tres poetas?
-Machado, Lorca y Hernández fueron los poetas del sacrificio. Sus vidas y sus muertes nos dicen mucho de que cómo fue España: muy cruel.
Trabaja desde los quince años, hizo 72 películas, ganó mucho dinero y a los 26 años (un caso excepcional) se compró un piso en la Castellana. Ahora gana menos, pero la siguen aplaudiendo, que es lo que importa. El cine sólo le ofrecía papeles de tía buena, se cansó y montó su compañía teatral propia con su marido, ya fallecido, Fernando Pereira.
-Nuestro principal capital
-me cuenta- era mi físico; así que aunque la idea inicial era otra, hacer un teatro distinto, tuvimos que montar obras propicias a mi lucimiento corporal, como Ninette, «A media luz los tres»... Quería ser independiente y por ello me perdí grandes producciones ajenas de teatro. Y mucho cine con directores importantes. No me arrepiento. No me arrepiento de nada.
-¿Vivió el destape con resignación, dolor, desgana...?
-Con apuro, me daba muchísimo apuro. Nunca llegué a hacer un desnudo completo, pero hice muchos incompletos. Me eduqué en las dominicas de Oviedo y todo aquello chocaba con mi educación, pero si no enseñabas el pecho no hacías películas, así que...
-Venció su puritanismo inicial. ¿Cómo?
-Viendo que enseñar el pecho no importaba mucho, que era natural, que todas las demás lo hacían. El erotismo es consustancial a la vida, ¿no?
Tuvo que dejar uno de sus éxitos teatrales, «La balada de los tres inocentes», de Pedro Mario Herrero, para dar a luz a su hijo David, «el médico me dijo que peligraba el feto y que necesitaba descansar; no lo dudé ni un instante: dejé la función; primero es un hijo, siempre». Su vida personal no tiene morbo, dice. «Es una vida normal, no sé por qué muchos piensan que las vidas de las actrices han de ser extraordinarias; he tenido una vida hermosa; he viajado, he tenido casas por muchos sitios y, sobre todo, hice siempre lo que quise; lo sigo haciendo». Atendió el consejo que un día le dio Milagros Leal: no digas nunca tu edad. Y no tanto el de Zorí y Santos: no hables nunca de política ni de fútbol. «Soy más bien de izquierdas, suponiendo que eso tenga algún sentido hoy en día». Ama la cultura y el orden, y no sabe a ciencia cierta si son compatibles.
-Nunca ha sido una loca ni ha hecho locuras. ¿No echa de menos alguna?
-No. Me he cansado tanto en el teatro, he tenido tantas preocupaciones por el teatro, que así no hay quien haga locuras. Siempre he sido, y soy, muy responsable. Ahora trabajo por placer. No necesito trabajar para vivir: tengo propiedades y mi hijo me ha salido un buen administrador.
-¿Cómo lleva envejecer?
-Bien. Tengo la ventaja de que no me duele nada. Hace más de un año me rompí la cadera, pero quedé bien, aunque no puedo andar tanto como antes.
-¿Qué tal se ve en el espejo?
-Bastante bien. No me entran ganas de romperlo. Y si adelgazara cuatro o cinco kilos me vería mejor.
Siempre le ha perdido la fabada, la buena mesa. Ese ha sido su único vicio. Siempre subiendo y bajando kilos. «Pero ya no me importa estar un poco gorda: la gente no va al teatro a ver mi cuerpo, sino a sentir emociones».
Nunca ha fumado ni ha bebido, «soy una mujer muy aburrida en lo que respecta a vicios». Del pasado le gusta recordar sus éxitos teatrales más recientes. Y su presente es un cielo de placidez y normalidad: ve a su hijo, disfruta con su nieto de cuatro años, trabaja, hace taichí y yoga, va a cursos de informática e inglés, lee mucho y aún sueña. Tiene una perrita que se llama Ita. Mantiene que no hay que comprar productos de empresas en cuyos laboratorios se experimente con animales. «Y creo que quien abandona a un animal es capaz del peor crimen».
-¿Y qué me dice de su futuro?
-No está escrito. Me veo envejeciendo tranquilamente y trabajando hasta muy tarde.
Cuando la llaman, en su móvil suena el «Asturias, patria querida...»
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