Crítica de cine
Pe olvida el «glamour» en el extranjero
No dejan nada para España. Nos han situado ya en el etéreo limbo, sin mostrar ninguna consideración por la que sigue siendo su tierra. Menudo par a nivel humano. Más discutible, eso sí, en el terreno profesional, aunque Penélope fue apaleada en el pasado Festival de San Sebastián, donde zurraron de lo lindo a «Volver a nacer», su última película. Nos hizo el honor de venir a su estreno en Madrid, pero ha sido recibida –la película y la estrella de Alcobendas– con escaso entusiasmo del público y casi una desbandada de vips. Sólo destacaron Rossy de Palma, la escotadísima Loles León, la siempre gélida Belén Rueda y una Concha Velasco, vestida con un abrigo de paño amarillo. Abundaron, eso sí, los rostros de las series televisivas ya transformados en el principal aliciente de este tipo de eventos. También asistieron la mecanizada Carmen Lomana, que fue lo más solemne de la noche con un vestido de lentejuelas en distintos tonos plata, y Sandra Barreda. La periodista conmemoraba el primer animersario de su programa con Jordi González y estuvo explícita en detalles mientras Marisa Jara exhibía su portátil con la foto de Valentino. Carolina Bang se mostró menos sofisticada de lo que nos tiene acostumbrados y, como siempre, sin el respaldo físico de Álex de la Iglesia. El golpe de efecto lo dio Ráquel Sánchez-Silva, que paseó con el traje más feo de la noche. Casi como Pe, con un atuendo que deja bien patente su desinterés, casi desprecio, por su tierra: un abrigo que le llegaba hasta los tobillos y que sólo dejaba entrever las tristes cadenitas de un Chanel, y, como guinda del pastel negro, un moño desfasado, tan querido y repetido por Pe. La versión que nos muestra de su persona es opuesta a lo explícita, dicharachera y expresiva que se muestra en el resto del mundo, igual que su marido Javier Bardem, ese galán que enamoró con «Jamón, jamón». «Aunque ella ni le miraba», me contó recientemente Bigas Luna, autor de aquella parodia del machismo nacional. Desilusionó que no la acompañara, aunque estuvo representado por su madre, una Pilar más grande de lo habitual, volumen de quita y pon provocado por el abrigo gris, casi capa, que llevó al estreno. Tras los fiascos de Woody Allen, a cada cual más bodrio, sólo quedaba «Volver a nacer». Acaso es lo que está necesitando la inefable e injusta Penélope.
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