Gente

Gobierno

Manuel Castells, el ministro desmemoriado: de su primer amor al nieto punk

A los 16, el ministro ingresó en la Universidad, repartió panfletos, huyó por amor a París y en EEUU se hizo intelectual de culto

El ministro de Universidades, Manuel Castells
El ministro de Universidades, Manuel CastellsChema MoyaEFE

Da la impresión de que el cargo ha permitido a Manuel Castells rematar su pintoresco personaje: canas desmelenadas, una medio sonrisa guasona y la nostalgia de sus años de protesta marcada en las camisetas, el abrigo XXL o la imagen en su toma de posesión con la cartera en alto simbolizando su vacuidad. Tiene suerte de poder regocijarse en su biografía, señal de buena cabeza a sus casi 80 años, a pesar de que va camino de dejar desmemoriadas a las generaciones venideras. Su desdén a la capacidad de memorizar, ya con rango de proyecto de ley, producirá memorias tan flácidas que cada día será para los universitarios como volver a nacer y aprender cosas que al rato olvidarán. Recordarán lo básico para sobrellevar la jornada. ¿Y para qué más si el resto está en la red? Nuevas Generaciones del PP avisa: «Quieren una juventud adormecida, con cuotas y sin meritocracia premiando al mediocre».

Singular y dejado

Al ministro albaceteño se le acusa de galbana y dejadez. Llegó al ministerio de Universidades con un catálogo amplísimo de medallas y doctorados, pero con la convicción de asumir un cargo con escasas atribuciones. Si despunta, suele ser por un motivo anecdótico, como aquel día que entró en el Senado «con camiseta del pijama, pelo alborotado y recién levantado de la siesta» –según Rafael Hernando. Como si paseara por las playas de su casa californiana, una mansión de acero y madera que adquirió en 2017 en el exclusivo Pacific Palisades por valor de 2,2 millones de dólares. Antes, residió en Santa Mónica, junto a su esposa rusa Emma Kiselyova. Allí recibió en 2016 la visita de un Sánchez abatido tras ser expulsado de la Secretaría General del PSOE. Dada su «debilidad romántica por las causas perdidas», Castells le animó a no rendirse.

El ministro de Universidades, Manuel Castells
El ministro de Universidades, Manuel CastellsEmilio NaranjoEFE

Toda su vida está jalonada de singularidad. A los 16 ingresó prematuramente en la Universidad de Barcelona y enseguida comenzó a esbozar su credo político. Escribió un artículo en la revista de la facultad y la cerraron; actuó en «Calígula», de Camus, y le acusaron de fomentar la homosexualidad. Luego se unió a la resistencia clandestina y repartió panfletos a los obreros. Compartía proezas con su novia, Anna Cabré, una joven catalana con la que huyó a París. Con apenas 20 años, engendraron a su hija Nuria y se casaron. De este modo ella pudo conseguir una beca como refugiada consorte para entrar en la universidad. En 1970 se separaron. Cabré es hoy catedrática emérita en la UAB y una de las demógrafas de referencia en Cataluña, aunque nunca se menciona su vínculo con el ministro. «A mí me tenían que casar porque las mujeres sabias eran una desgracia para la familia y para ellas mismas», contó en una entrevista. A sus 78 años habla con lucidez, esgrimiendo toda suerte de razonamientos acerca del envejecimiento de la población o el futuro de las pensiones. Se define a sí misma «pensadora silvestre» y cuando impartía clases llegaba a clase igual que el ministro al Congreso: sin papeles.

Por su asombroso parecido físico, podría deducirse que han envejecido igual, aunque el ministro sufrió un cáncer de riñón y alguna intervención quirúrgica. En 2015, en una de las tertulias Sopars de Girona, Cabré mencionó a la hija en común, economista. También a sus nietos, Clara, que «gestiona grandes fortunas para la banca suiza» y Gabriel, con «la cresta punk más vistosa de Ginebra». Tuvo otro hijo, Miguel, de un matrimonio posterior. Igual que Castells, también presenció el Mayo del 68 francés, pero su recuerdo es diferente: «Los hombres y las chicas solteras se iban a las barricadas mientras las casadas hacíamos bocadillos». Con la sabiduría del tiempo, agradece que algunas de las cosas de la izquierda no salieran. «Si lo que queríamos hubiera ocurrido, sería para pegarse un tiro», confesó mientras degustaba una cena a base de ensalada de bacalao, meloso de ternera, mousse de chocolate y una carta de vinos gerundenses. La biografía de este primer amor es apasionante: una bisabuela que tras enviudar joven dejó a sus hijos y se marchó a un convento de clausura; un abuelo libertario y el descubrimiento de la demografía leyendo a Louis Henry en una peluquería parisina. En su caso, la singularidad, dice, le viene de familia.

El ministro de Universidades, Manuel Castells
El ministro de Universidades, Manuel CastellsFernando AlvaradoEFE

Su estancia en París duró más que su matrimonio. Tras su apoyo a las protestas, Castells fue expulsado e inició su periplo por varios países. En EEUU se hizo intelectual de culto y «The Wall Street Journal» le presentó como el «primer gran filósofo del ciberespacio». De Emma Kiselyova se enamoró en Siberia, en 1984, durante un seminario. En 1993 se casaron. Ella también aportó una hija al matrimonio, Lena. Hoy viven una vida acomodada y, a juzgar por sus quehaceres ministeriales, sin sobresalto.