Política
La revolución de la teta de la izquierda
El pecho es motivo de turbación para la izquierda que acaudillan Irene Montero e Ione Belarra
Busto, seno, mama, teta, delantera, escote, pechera, pechuga, ubres, lolas, melones o limones. En cualquiera de sus nombres, motes y acepciones, el pecho es motivo de turbación para la izquierda que acaudillan Irene Montero e Ione Belarra, empeñadas en reducirlo a su función nutricia eliminando por completo la veladura erótica que encontró en él el poeta Mallarmé.
«El mundo es hostil con la maternidad», se lamenta Montero afeando a la naturaleza su extraordinaria generosidad con la anatomía femenina. No es un camino de rosas, sino un acto de amor. Las madres han alimentado a sus bebés de forma natural durante la mayor parte de la historia sin la pamplina que usan ahora las ministras y sus comadres. Pero ellas son jóvenes y la vida aún les está sorprendiendo. «Ninguna economía se sostendría un solo día sin las mujeres que friegan, dan la teta y cambian los pañales», anunciaba la ministra de Igualdad esta semana. Ante semejante perogrullada, se le podría recordar que sin la leche materna de las Venus paleolíticas no existiríamos hoy.
Su descubrimiento de que el pecho emana leche y la lactancia provoca mastitis y ojeras es muy reciente y antes de que sea tarde anuncia que toca trastocar la feminidad, sin aclarar con qué políticas avanzará hacia la igualdad que pide la ciudadanía. El traslado de su vida privada a la política es parte de esa democracia sentimental que practican movimientos como el populismo que, según advierte el politólogo Manuel Arias Maldonado, anteponen las emociones a la razón y buscan en cada momento su particular chivo expiatorio: la casta, los ricos o los banqueros.
¡Pechos fuera!
La teta es la nueva insumisión y las imágenes de las ministras en sus Instagram exhibiendo sus senos nodrizos van más allá de normalizar la lactancia materna por una razón de salud. Reivindicar el valor del amamantamiento está en la agenda feminista como una baza más para luchar contra el heteropatriarcado. La corriente lleva por nombre lactivismo. Una de sus impulsoras es Patricia Luján, una creativa publicitaria convertida en activista que reclama la libertad de las «perolas» al grito de ¡Pechos fuera!
Su consigna más tenaz es «la teta se da donde pille». Igual que Femen, que grita a pecho descubierto y pintado como mural de protesta, defienden la desnudez pública, aunque se escandalizan si atizan el deseo. Estas activistas se arrogan el poder de decidir qué es aceptable moralmente y cuándo una amenaza. La antropóloga alicantina Esther Massó Guijarro reivindica este movimiento en un ensayo que lleva por título «Lactancia materna y revolución». En él declara el amamantamiento como «un logro feminista» y «un espacio revolucionario».
También reclama el aspecto sexual de la lactancia: «Es una manera de ejercer la pulsión libidinal humana, de relacionarse sexualmente entre criaturas humanas no genéricamente determinadas». Para rematar su insólito pensamiento, encumbra el calostro «como primicia de esta revolución». En su particular espacio, las activistas, y Montero en cabeza, suman la gestación y el parto. Su último arranque es incluir la mala praxis médica en los partos como un tipo de violencia de género, tipificado en la reforma de la ley del Aborto. La medida ha conmocionado a los médicos porque les criminaliza y podría romper la relación médico-paciente.
Como bastión de la moralidad, el lactivismo es inquietante para buena parte de la ciudadanía que no entiende el alcance de sus pretensiones, empezando por su conversión del erotismo en infamia y del pecho en objeto exclusivo de su feminismo. Los senos son un símbolo erótico y también un distintivo de feminidad. Forma parte de la biología humana y está presente en casi todas las culturas.
Y por mucho que le pese a esta corriente pacata, cuando la ciencia toma la palabra el pecho emerge como reclamo erótico y una de las motivaciones sexuales con mayor fuerza. El biólogo Barry R. Komisaruk, que dirigió una investigación en la Universidad de Rutgers (EEUU) con vistas a trazar el mapa del placer sexual, comprobó que la estimulación del pezón femenino activa las mismas áreas del cerebro que la región genital. Es más, la raza humana es la única con tal privilegio biológico. Lo explica el científico británico Desmond Morris en «La mujer desnuda»: «Los pechos femeninos han recibido más atención erótica por parte de los varones que ninguna otra parte del cuerpo. Enfocar una atención extrema sobre los genitales sería excesivo y hacerlo sobre otras partes de la anatomía es insuficiente. Los pechos son, en cambio, el perfecto término medio: una zona tabú, pero no demasiado escandalosa».
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