Estilo
De Ayuso a Andrea Levy: el new look sin perlas de las chicas del PP
Las mujeres más jóvenes del PP visten ahora mezclando funcionalidad y tendencia, y se alejan del hatillo de prejuicios de sus antecesoras
Ni la milla de oro es ya tan de oro, ni la mujer de derechas codicia sus perlas. Por no ser, ni la gaviota del PP fue tal, sino un charrán, que, por cierto, vuela aún más alto. Es importante hilar fino porque, desde los dorados con los que eclipsaba en su época Isabel Tocino al traje de Zara con el que Isabel Díaz Ayusoha deslumbrado estos días en Nueva York, paseando a lo Carrie Bradshaw, ha llovido caspa, tintes y collares. Estos últimos, de todos los tamaños y colores. Con piezas cultivadas, de imitación o naturales. De 100 euros o de los que valían un riñón. A la valenciana Rita Barberá le gustaban acompañados de unas gotitas de Chanel Nº 5. Y arrasaba.
Con qué razón decía el escritor Anatole France que, si le fuese posible elegir de entre el fárrago de libros que se publicarían cien años después de su muerte, escogería simple y llanamente una revista de moda, para ver cómo se vestirían las mujeres un siglo después. «Este papel de trapo me diría más de la humanidad que todos los filósofos, novelistas, predicadores y sabios».
Pregúntele hoy a concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy, si aparcaría su aclamado estilo boho chic y sus recién estrenadas mechas rubias, tipo balayer, para enfundarse en uno de aquellos trajes sastre maniáticamente conjuntados con bolso y zapatos de las primeras peperas. «Reinventarse o… (morir)», escribió recientemente en su Instagram anunciando su nuevo color. Desde que llegó a la política, la concejala madrileña se ha atrevido con diferentes tonalidades y cortes de pelo. «Ella es, junto con la presidenta de la Comunidad madrileña, una de las políticas de la derecha que más disfruta con la moda y con más acierto arriesga en la nueva imagen que ofrece la cara femenina del Partido Popular (PP)», reconoce a LA RAZÓN el asesor de imagen política Manuel Sevillano.
Sus antecesoras eran mujeres con poder y una enorme influencia, pero cargaron al hombro de la derecha femenina un hatillo de prejuicios que ha costado romper: pija, carca, elitista, facha sosaina o puritana. Ninguno de estos adjetivos aparece cuando le pedimos a nuestros expertos en imagen que describan la apariencia de cualquiera de las políticas que han participado en la Convención Nacional del partido: María José Catalá, Elena Candia, Ana Belén Vázquez o Ana Beltrán, por citar algunas. Son mujeres que, según nos explica la consultora de imagen Anitta Ruiz, se alejan definitivamente de aquella caricatura. Visten para moverse en la calle y no se aprecia en ellas un solo matiz de aburguesamiento. «Ni siquiera Cuca Gamarra, algo más clásica, guarda un vestigio de lo rancio o aseñorado». Los profesionales coinciden en que impera un vestir más in formal que les acerca a la calle y acentúa su compromiso con la gente. «Visten acorde con un momento en el que todo el mundo tiene que apretarse el cinturón», añade Sevillano. Lo que sí sigue echando en falta es algo de originalidad e innovación para terminar de desprenderse del patrón conservador y clásico. «Tal vez impulsaría a Isabel Díaz Ayuso a tomar ciertos riesgos estéticos en línea con la valentía de su discurso y siguiendo la actitud de José Luis Martínez Almeida, igualmente atrevida».
Lo principal es que esta regeneración estética ni les aleja ideológicamente ni les hace descuidar su aspecto, sino que les permite vestir de modo coherente con su ideología, edad y personalidad, además de proyectar una imagen de seguridad. «No responde –dice Ruiz– a una estrategia política, sino que refleja una evolución en este tipo de liderazgo bastante más joven. Los estereotipos han caído solos». Quizás por edad, Ana Pastor, de 63 años, ha heredado una elegancia clásica algo más encorsetada en ese patrón de señora respetable, pero apropiado para vestir siempre impecable y favorecida: vestidos de tonalidades discretas, pantalón negro, camisas de seda, medias de cristal y salones con punteras.
El resto son, en general, mujeres más jóvenes con el mandato de cubrir un espectro mucho más amplio de votantes, lo que lleva a vestir mezclando funcionalidad y tendencia. «La marca personal –indica Manuel Sevillano– tiene que ver con esos valores y en reunir cualidades que diferencien del resto de los partidos, pero también hay que darle color al mensaje, generar emoción y convencer a la multitud de indecisos». De nada valen ya estas palabras de la añorada Margaret Thatcher: «La misión de los políticos no es gustar a todo el mundo. Basta con que los tuyos, los afines, sepan identificarte».
Esta indecisión ha sido decisiva para que los partidos dejen de tener un código de vestimenta definido y se borren las líneas divisorias que distinguían claramente la apariencia de una ideología. Ahora sería tan absurdo vestir a Pablo Casado con el cuello vuelto de cachemir de Adolfo Suárez como poner la pana de Felipe González a Pedro Sánchez o a Alberto Garzón los jerséis de lana de Marcelino Camacho tejidos por su esposa Josefina Samper. Todo eso son ya estereotipos y prejuicios del pasado.
A pesar de todo, seguramente ni las populares Cuca Gamarra ni Isabel Díaz Ayuso le pedirían prestado a la andaluza Teresa Rodríguez sus ponchos de punto, ni cambiarían sus bailarinas de salón con tacón medio por las botas con las que camina decidida la líder de Adelante Andalucía. Una cosa es ganar la batalla estética antes de llegar a las urnas, otra perder de vista la erótica del poder.
✕
Accede a tu cuenta para comentar