Cambio radical

La metamorfosis de Ábalos o cómo las ojeras pueden favorecerle

El exministro no ha entrado en prisión con las mejores defensas ni anímicas ni físicas, pero tal vez esto jugaría a su favor

Ábalos en 2018, cuando llegó al Gobierno; y en una imagen reciente
Ábalos en 2018, cuando llegó al Gobierno; y en una imagen recienteGtres/Efe

José Luis Ábalos no debió de ser nunca un adonis, pero sí parecía lo bastante apañado para presentarse ante su público femenino con aires de donjuán. Así era cuando empezaron a difundirse sus conversaciones con su exasesor Koldo García, con quien convive ahora en la prisión de Soto del Real. Ambos se repartían mujeres como quien intercambia cromos u otras mercancías.

Al estallar el escándalo, todavía conservaba cierto porte ministerial. Su mirada tenía un punto de picardía cuando sonreía y los ojos transmitían expresividad. Las entradas siempre arregladas, el andar seguro y las prendas, aunque sobrias, le caían bien. El batacazo político pasó por él como una apisonadora. De un día a otro, se le apagó el rostro y se le arrugó el gesto. En su mirada no había ya ni rastro de travesura y sus ojos asustadizos se fueron coronando con unas ojeras afiladas, a tono con sus facciones, más marcadas a medida que se iban conociendo los detalles de la trama. Su andar se volvió más lento y arqueado, como si el descrédito le hubiese echado una década encima.

Tras el registro de su vivienda por la UCO, consumó ante los periodistas la imagen del desplome. Su atuendo, con aquella camiseta blanca informal que pasará a la historia del socialismo como uno de los símbolos de la corrupción, y su semblante pedían a gritos consuelo. En lugar de socorro, recibió, como ya sospechaba, la condena de prisión preventiva, junto a Koldo, en Soto del Real. ¿El encierro seguirá consumiéndole? ¿La caída le puede adelgazar aún más el ánimo? Santos Cerdán, que cumplió cinco meses en la misma cárcel, salió visiblemente más delgado, pero sin marcas de cansancio ni envejecimiento acelerado.

Ábalos pide su puesta en libertad y acusa al juez de un "uso irrazonable del derecho" por mandarle a la cárcel
Ábalos pide su puesta en libertad y acusa al juez de un "uso irrazonable del derecho" por mandarle a la cárcelEuropa Press

Desde fuera, la impresión es que su compañero Koldo es un tipo más duro. Al menos la imagen que proyecta es la de un hombre rudo y habituado a jerarquías rígidas, lo que podría ayudarle a manejar mejor la presión, aunque bien sabemos que la procesión suele ir por dentro. Ábalos, sin embargo, transmite fragilidad, pavor ante la posibilidad de ser estigmatizado y una exacerbada necesidad de apoyos externos para no perder del todo el control. Su cuenta en X, bajo la identificación «En el nombre del padre», responde a esos temores y también a su personalidad claramente narcisista de la que siempre hizo gala.

A través de su hijo, el exministro se permite extender su propio yo, seguir en la conversación pública y reconquistar su espacio, aunque sea simbólico. Al mismo tiempo refuerza su victimización. ¿Pero es real o pura estrategia? De momento, ha conseguido poner a su exmujer, Carolina Perles, de su parte. En sus entrevistas televisivas, esta ha expresado su inquietud por lo que pueda estar sufriendo en la cárcel o «lo que le pueda pasar». Piensa que su partido y el presidente del Gobierno están aplicando la estrategia del «chivo expiatorio» o «cabeza de turco» que el escritor estadounidense Robert Green resume en sus leyes del poder con una frase muy simple: «Las manos nunca deben verse contaminadas. Hay que mantener una apariencia inmaculada».

Una maniobra antiquísima

Los hebreos echaban mano de un chivo vivo (de ahí viene la expresión) para que el sacerdote, con las manos sobre su cabeza, confesara los pecados de los hijos de Israel. Una vez transferidos los pecados, el animal era abandonado en el desierto. Cuando la revolución cultural de Mao Zedong, ofreció al pueblo chino chivos expiatorios. Entre ellos, su secretario personal y elevado miembro del partido Chen Boda. También el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt evitó empañar su honrada reputación dejando que fuese su secretario, Luis Howe, quien asumiera los tratos clandestinos y otras maniobras. Este lo hacía feliz.

Pero la cárcel rompe máscaras y quién sabe quién se derrumbará antes. Ábalos podría terminar desvelándose como el dirigente imperturbable que aparentaba ser en el Gobierno. La táctica emocional le favorece, sin que esto reste autenticidad a sus ojeras o a cualquier otra marca de la zozobra que debe de estar sintiendo privado de libertad. Mostrarse vulnerable humaniza y desactiva la crítica más descarnada. «No tengo a nadie. Ni detrás ni al lado», se lamentó quejumbroso hace un tiempo revalidando la imagen de «chivo expiatorio» con la que ahora le presenta su exmujer. Como tal, su condena se interpretaría como el castigo de alguien que se entregó en cuerpo y alma a su presidente. Su aspecto demacrado, aunque involuntario, cooperaría de manera muy hábil en este extraño juego del poder.