
Look
Pablo Iglesias se corta el pelo a puerta cerrada (y sabemos dónde)
Como Sansón, parte de su fuerza radicaba en su melena. Tras cortarla, cuida su look en un histórico salón del centro de Madrid

Incluso los que reniegan del culto a la imagen –esos que se proclaman ajenos al artificio del espejo y al peinado estratégico– dedican cada mañana unos segundos, si no minutos, a escoger cómo quieren ser leídos por el mundo. Toda elección estética es un manifiesto, incluso la aparente desidia. Renunciar a la moda, a sus dogmas y tendencias, también es una forma de adherirse a ella, como quien se lanza a la calle con Birkenstocks en pleno enero o resucita unos pantalones acampanados creyéndose pionero.
La coleta de Pablo Iglesias, esa coleta, no era solo un peinado: era un símbolo político, un estandarte cultural, una declaración de intenciones en cada aparición pública. Desenfadada pero estudiada, sobria y combativa, aquella melena recogida vino a representar el «sí se puede» con más fuerza que cualquier pancarta. En mayo de 2021, tras su retirada de la política institucional y el batacazo electoral en Madrid, el líder de Podemos decidió, literalmente, cortar por lo sano. Así despidió al personaje que nació entre las barricadas del 15-M y las tertulias de madrugada.
Desde entonces, el nuevo Iglesias –más profesor jubilado de la Complu que azote de la casta– ha refinado su imagen. La melena dio paso a un corte pulido, con degradado moderno en patillas y nuca, que le resta años sin necesidad de filtros. A sus 46, presume de cabellera compacta, sin entradas alarmantes ni canas visibles. ¿Tinte, genética o escapada capilar a Estambul? Solo él y Montero lo saben. Y no, no lo contarán en el Canal Red. Lo que sí ha conocido LA RAZÓN es el templo en el que Iglesias rinde culto a su nuevo yo estético: la peluquería Jose Arco3, en la avenida de la Ciudad de Barcelona de Madrid. Un discreto salón abierto en 1974, testigo de modas efímeras y permanentes que ha sabido adaptarse al hombre actual, ese que se afeita con precisión láser y evoca al metrosexual que nació y murió en la primera década de este siglo.
El exvicepresidente paga 21 euros por corte. No es tarifa proletaria, pero sí razonable para un servicio que incluye cerrar el local, correr las cortinas y garantizar una experiencia libre de curiosos. Porque si algo exige un exgobernante con fama de polarizador es discreción –y un buen degradado cada dos semanas–. Para ocasiones especiales, el menú ofrece opciones como cambio radical de look por 36 euros o un ritual de barba por 16,5: aceites, vapor, ozono, toallas frías... Un spa barbudo al alcance de cualquier podemita con estrés acumulado y cuenta corriente.
El salón parece alineado con sus valores: es LGBTIQ+ friendly, tiene acceso adaptado y los niños son bien recibidos
Lo curioso es que Iglesias recorra más de 40 minutos desde su chalé en Galapagar para cortarse el pelo. ¿Fidelidad? ¿Confianza? ¿Un último guiño romántico a la vieja rutina de militancia en Madrid centro? Puede ser. El salón, además, parece alineado con sus valores: es LGBTIQ+ friendly, tiene acceso adaptado y los niños son bien recibidos, por si algún día le toca llevar a los retoños como buen padre implicado en la crianza, sobre todo ahora que su mujer vive a medio camino entre Madrid y Bruselas.
Consultado por este medio, el dueño del local se negó con amabilidad a pronunciarse «sobre ningún cliente en particular». Discreción profesional o cláusula no escrita del gremio, lo cierto es que, como los camareros, los peluqueros se transforman en confesores involuntarios, custodios de secretos y comidillas de barrio. ¡Ay, si esas cuatro paredes hablaran!
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