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Tamames y Vargas Llosa: La revolución de los chicos de oro

Tamames y Vargas Llosa son auténticos tótems de la longevidad. Uno acaba de desafiar al Gobierno y el otro vive su momento más apoteósico a todos los niveles. Son imparables

Ramón Tamames y Mario Vargas Llosa
Ramón Tamames y Mario Vargas LlosaGonzalo PérezAgencia EFE

Ramón Tamames, de 90 años, y Mario Vargas Llosa, a punto de cumplir 87, son los últimos tótems de la longevidad. Uno se ha puesto bravucón para desafiar a un gobierno que, a su lado, es zagal; el otro vive su momento más apoteósico en lo personal y en lo profesional, enamorándose y desenamorándose de manera pasional y precipitando sus emociones con la misma intensidad que las disipa. Igual que en la adolescencia, pero con la habilidad de narrarlo en forma de historias brillantes.

¿Se parodian a sí mismos? ¿Es chochez, como ha dicho alguno? ¿O va a ser cierto que la vejez se está ajustando a ese mandato cada vez más fuerte de ser eternamente jóvenes? Si no fuera por las arrugas, las incómodas pilosidades que salen alrededor de la nariz o la flacidez inmisericorde con cualquier parte del cuerpo, nadie aplicaría la virtud de viejo ni a ellos ni a muchos de los torbellinos mayores de ochenta que hoy siguen asumiendo riesgos, creando, agitando sus vidas e inaugurando nuevos espacios de conquista sin merma física o mental.

A Vargas Llosa y Tamames se unen Joe Biden, Javier Solana, Lola Herrera, Jane Fonda o Woody Allen. Son solo algunos de los nuevos titanes de la literatura, el espectáculo, la política y el arte. Ninguno encontrará un espejo que le devuelva una imagen aterrada de sí mismo, sino virtuosa, casi heroica. Se mantienen en pie, burlando cualquier achaque para cumplir su función. No reconocerlo supone adoptar una actitud edadista y convertir en estereotipo sus despistes, tropiezos o lapsus. ¿Quién no los tiene?

Ramón Tamames y Santiago Abascal en el video con el que Vox promociona la moción de censura
Ramón Tamames y Santiago Abascal en el video con el que Vox promociona la moción de censuraLa Razón

A sus 86 años, el incombustible Fernando Sánchez Dragó podría unir su fogosidad erótica e intelectual a la del Premio Nobel y reescribir a cuatro manos el Libro del Buen Amor. ¿Alguien cuestionaría su genialidad? Tampoco la de Raphael. A punto de los ochenta, arranca aplausos y bravos interminables con «Victoria», su último trabajo, escrito y producido por Pablo López. Con poderío vocal, buena planta, sus acostumbradas florituras y sus canciones memorables, no ha dejado de ser el «yerno ideal», como decía José María Pemán, aunque el «sí, quiero» lo acaparó hace tiempo Natalia Figueroa. Lleva tantos años cantando que tiene que ir renovando público.

Natalia Kanem, una de las mujeres de más alto rango de la ONU, pide un punto de inflexión en la forma en la que vemos, tratamos y respondemos a las personas mayores. Sirva de ejemplo Antonio López. Con 86 años, no permite que sus dedos deformes se dobleguen al dolor o a la rigidez, a pesar del desgaste en sus articulaciones. Es el pintor realista vivo más célebre y acaba de pintar su biografía en un libro titulado «Paisajes». Han pasado 75 años desde que cogió su primer pincel. Toda una vida vertiendo su ingenio en óleo y pensando el ángulo exacto para su lienzo. Sabe mejor que nadie por dónde sale el sol y dónde se pone la luna, clara metáfora de cuánta sabiduría atesora. Y cuando le preguntan por qué sigue trabajando se permite recordar que su oficio es volátil y no le gustaría verse como Bette Davis, que después de dos Oscar, se anunció buscando trabajo.

No son solo ancianos venerables e idealizados, cuya belleza habría que buscarla en la profundidad, sino también maduros que se resisten a acomodar sus cabezas lúcidas a un cuerpo mayor y trampean la edad a golpe de bisturí o cuidados de otro tipo. Ahí está Charo López, musa de una generación, recitando con su inalterable voz grave a Lorca, Machado y Santa Teresa de Jesús. 80 años no son nada para esta mujer que Umbral definió «entre Grecia y Ava Gardner». «La luz al final del túnel del franquismo», según Manuel Vicent.

Es un animal escénico, como Lola Herrera, de 87 años, la gran dama del teatro. Su saber estar sobre las tablas es una exhibición de grandeza. En 2022 se despidió de «Cinco horas con Mario» después de cuatro décadas interpretando a Carmen Sotillo, y ahora encabeza el reparto de «Adictos». No ha tenido tiempo de pensar en la retirada. Como el resto guarda historias para dar y regalar.