Famosos
Pronovias se desmarca a pesar de la ausencia de Mota
La expectación era morbosa y evidente. Casi se palpaba durante el desfile barcelonés de Pronovias, encargado de cerrar una Pasarela Gaudí que lo resiste todo. Incluso a la oscilante y temida política catalana, causante del gesto preocupado en el rostro de Alicia Sánchez-Camacho –que tenía prisa por unirse en el Fórum a la versión local de la Feria de Abril– y en el de Llanos de Luna, delegada del Gobierno. Se sentía una gran curiosidad dentro de la enorme bóveda del carismático Palacio Nacional de Montjuic, ante la primera colección nupcial sin Manuel Mota, que creó para la marca durante 23 años.
Había un clímax de intriga y de escepticismos lógicos, con una primera fila encabezada por el presidente Mas, que luego se entusiasmaría hablando con la novia de George Clooney; el alcalde Trias, la consorte Helena Rakosnik y una Susana Palatchi vestida de traje largo en color turquesa que realzaba su moreno cosechado tras un fin de semana en Marrakech. Falló la habitual concurrencia de famoseo patrio en la que predominan las caras bonitas, aunque fueron sustituidas por la hija de Clint Eastwood; la actual novia –o lo que sea, no profundicemos– de Clooney, Stacy Keibler; y la asustada Lourdes Montes, futura mujer de Fran Rivera, que compartió camerino con la imponente Irina Shayk, otra conformista con su inestable relación con Cristiano Ronaldo. La sevillana mostró una modestia que acentuaba el encaje negro de su discreto traje de cóctel, un modelo anticuado. No sé qué pensaría de ella si llega a conocerla la inolvidable Carmina, siempre tan rotunda, que tanto quería a Eugenia Martínez de Irujo y cuestionaba la retahíla de ligues del ex torero, entre los que sobresalieron oportunistas como Carla Goyanes y Chusa Puente.
Ya no digamos la madura sevillana con la que cuentan que Fran, durante seis años, compartió su matrimonio. Más de un lustro retozando en el hotel familiar, a pie de la Giralda, justo vecino al Palacete de la Marquesa de Saltillo. Desde su balcón no se perdían ni un detalle del idilio triangular, igual que en la Ciudad Condal de cómo son las recién lanzadas novias ya no firmadas por Mota. Puede descansar en paz, ya que no lo echan en falta. Nos dejaron pasmados con propuestas menos cursis, desde luego, y más originales. Ricos brocados, fayas y rasos duquesa casi suntuosos otorgan una nueva majestuosidad a la colección, que está intercalada con bordados de alarde «made in Taiwán». Un exceso pensado cara a cierto mercado.
Irina, la rusa del madridista, a quien peinó Moncho Moreno añadiéndole postizos, coronas de flores o pamelas enormes, demostró que la pasarela no es lo suyo, a pesar de resultar mágica como modelo fotográfica, algo que se refleja en la desnudísima campaña actual para Intimissimi. No tiene el desparpajo simpático de Jon Kortajarena, muy admirado por Balala Puig, por la joyera Chus Esquerra –que sigue asociada con Puig Doria–, por la marquesita de Marianao que estrenaba novio tras romper con Carlos Enseñat, heredero de la multimillonaria María Reig, según comentaron cerca de Mo Samaranch. La joven, que en nada se parece ni física ni humanamente a sus padres, parecía estar frustada, incluso viendo la etiqueta de Kortajarena en una salida única a pasarela, muy aplaudida por todos, mientras recordaron el Barcelona 92 gracias a los acordes eternos de Caballé y Mercury dándole al «Barcelona, Barcelona», convertido en un himno patriótico para la ciudad catalana: vibrante, emblemático y emotivo.
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