Opinión

Un recuerdo personal de Fernández Vara, el hombre que vivía en su coche

Durante cuatro días de 10 horas lo seguí por carreteras extremeñas para escribir un perfil político en un momento convulso.

El expresidente de la Junta de Extremadura Guillermo Fernández Vara.REMITIDA / HANDOUT por CUENTA DEL PRESIDENTE DE CLMFotografía remitida a medios de comunicación exclusivamente para ilustrar la noticia a la que hace referencia la imagen, y citando la procedencia de la imagen en la firma05/10/2025
Guillermo Fernández VaraCUENTA DEL PRESIDENTE DE CLMEuropa Press

La noticia de la muerte de Guillermo Fernández Vara me ha removido más de lo que esperaba. No solo por lo que representó políticamente para Extremadura y para el socialismo español, sino también por el recuerdo vívido de un viaje y una entrevista que compartimos en 2011 para Vanity Fair España. Durante cuatro días de 10 horas lo seguí por carreteras extremeñas para escribir un perfil político en un momento convulso: el fin del zapaterismo se intuía, las elecciones autonómicas estaban cerca y él representaba una figura atípica dentro del PSOE.

Aquel reportaje empezó temprano, a las ocho de la mañana en su residencia oficial en Mérida, un edificio de dos plantas encalado, con balcones de hierro y toldos verdes algo gastados. Fernández Vara venía de una trayectoria sorprendente: médico forense, fue quien firmó algunos de los informes más estremecedores de la historia reciente española, como el de la matanza de Puerto Hurraco (1990). Esa parte de su vida, que casi nunca aireaba en público, explicaba mucho de su carácter: una mezcla de frialdad quirúrgica y compasión sincera.

Un viaje muy especial

En política había llegado a la presidencia de Extremadura en 2007 tras 12 años como consejero de Sanidad. Sucedió a Juan Carlos Rodríguez Ibarra casi en silencio, sin épica, y contra todo pronóstico. En aquellos días, su entorno político lo definía con una mezcla de cariño y escepticismo: algunos lo veían como un “follonero” amable, como me dijo Celia Villalobos, otros como un conciliador natural. Él mismo me dio la clave en una frase que no olvidé: “Tengo las dos profesiones, la que recibe más aplausos y la que menos: médico y político”.

El viaje con él fue literal. Para poder entrevistarlo tuve que subirme a su coche oficial y seguirlo a través de una agenda maratoniana. Entre inauguraciones, actos públicos y reuniones, hicimos más de 150 kilómetros por carretera a toda velocidad. Venía de un episodio reciente: meses antes, su coche había sido multado por circular a 170 km/h, algo de lo que hizo autocrítica pública. Él, mientras mordisqueaba sus uñas —un tic nervioso que tenía cuando hablaba—, me dijo: “He calculado que paso dos meses completos al año en el coche. Es mi espacio de ocio”.

En el trayecto interrumpía frases para dar instrucciones al chófer (“¡Para, creo que he visto un zorro!”), contestaba mensajes en su BlackBerry y subía entradas a su blog. Era hiperactivo y un comunicador innato, de esos políticos que entienden el presente. Tenía cuentas activas en Twitter y Facebook cuando eso todavía era terreno nuevo para la mayoría de sus colegas, y había creado “Mr. Guille”, una especie de alter ego de cómic —un presidente regordete, empollón y con superpoderes que acudía raudo a solucionar los problemas de los extremeños cuando se le encendía la corbata—. Lo hacía, decía, para “hacer política con instrumentos de futuro”.

Profundamente contradictorio

También era profundamente contradictorio, y eso lo hacía interesante. Católico practicante desde niño, hermano de una cofradía en Olivenza, reconocía sin pudor estar en contra del aborto pero a favor de su despenalización. Admiraba a políticos de derechas como Manuel Pimentel, Ana Pastor o Feijóo, sin atisbos de proyección nacional en esa fecha. Había sido amigo en la universidad de Hernández Mancha, líder de Alianza Popular. Y sin embargo, militaba firmemente en el PSOE. “Soy una persona libre”, me dijo entonces.

No rehuyó ninguna pregunta. Habló con franqueza sobre Zapatero (“cuando se habla con él, siempre se habla de los demás”), sobre Rubalcaba, sobre el poder en Madrid y el futuro del partido. Fue crítico, incluso con los suyos, sin caer en la deslealtad fácil. Había algo en su forma de hablar , entre médico analítico y extremeño directo, que hacía que uno prestara atención.

Recuerdo también que en medio de la ruta paramos en un accidente de tráfico. Sin dudarlo, se bajó para asistir a las víctimas. “No hice nada, solo mirar o incordiar a los que trabajaban”, tuiteó esa noche con humildad. Pero era evidente que para él, ser médico no era un pasado, era parte de su identidad.

Hoy, al repasar esas notas y releer el reportaje, me doy cuenta de que aquella entrevista retrataba a un hombre en un momento de tránsito: entre dos etapas políticas, entre lo rural y lo digital, entre la medicina y el poder, entre la discreción y la hiperconectividad. Guillermo Fernández Vara fue un político singular: contradictorio, rápido, curioso, cercano y más complejo de lo que muchos quisieron ver.