Historia

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Eisenhower, el mayor éxito internacional de Franco

Se cumplen 60 años de un encuentro que supuso el primer viaje oficial de un presidente estadounidense a suelo español, una empresa que no resultó fácil ante la oposición desatada en el congreso por los demócratas y por la crítica europea a que el mandatario visitase al dictador

Carteles con el rostro del presidente de Estados Unidos se instalaron en las calles principales e Madrid con motivo de su visita
Carteles con el rostro del presidente de Estados Unidos se instalaron en las calles principales e Madrid con motivo de su visita Universidad de Alcalá de Henares

La visita del presidente Dwight Eisenhower a España el 21 de diciembre de 1959, supuso de hecho la práctica normalización del régimen de Franco en la esfera internacional. Aquel fue el primer viaje oficial de un presidente norteamericano a suelo español, y, sin embargo, no resultó nada fácil lograrlo ante la firme oposición desatada en el Congreso y Senado por los demócratas y las críticas al mismo de británicos, principalmente, en suelo europeo a que un presidente norteamericano visitara al dictador español. La diplomacia española, por contra, presionó cuanto pudo, incluso sugiriendo que si Franco quedaba desairado y al margen del viaje europeo de Eisenhower, Madrid podría modificar su política internacional de modo drástico. Hasta llegar a tal hito histórico, el régimen fue superando sucesivamente los años de condena internacional y de retirada –simbólica– de embajadores tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, Occidente vio necesario el concurso de España al desatarse la guerra fría, especialmente, con el conflicto de Corea; en septiembre de 1953 se firmaron los pactos de ayuda y defensa con Norteamérica y dos años después ingresó en la ONU como miembro de pleno derecho, tras retirar su veto inicial la URSS. Con el cambio de embajador en Washington –Lequerica por Areilza– antes de finales del 54, el flujo de visitas se hizo usual al tejer Areilza una relación personal entre Eisenhower y Franco, con intercambio de saludos («¡Arriba los Estados Unidos!», fin del telegrama que Franco envío a Eisenhower desde la cubierta del portaaviones Coral Sea), fotos personales y familiares, y pequeños regalos personalizados.

Una relación amistosa

Pese a las vivas críticas a Franco desde los sectores más liberales americanos, la Administración Eisenhower comenzó a mostrarse bastante más amistosa hacia el régimen español que la de Truman, y fruto de ello, fueron los viajes oficiales del secretario de Estado John Foster Dulles (independencia de Marruecos y guerra de Ifni por medio), como del vicepresidente Richard Nixon.

Por parte española, el ministro del Ejército y hombre más poderoso del régimen, después de Franco, Agustín Muñoz Grandes, fue recibido en la Casa Blanca por el presidente, y el Pentágono le otorgó la Legion of Merit, la condecoración más alta a un mando extranjero, que el jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, general Matthew Ridgway, prendió en su guerrera junto a la Cruz de Hierro con Hojas de Roble, que Hitler le impuso en 1942 como jefe de la heroica División Azul.

En mayo del 58, el príncipe Juan Carlos arribó en Nueva York a bordo del «Juan Sebastián Elcano», en su vuelta al mundo como guardiamarina, mientras que Don Juan realizó una arriesgada travesía por el Atlántico a bordo del «Satillo». En Washington fueron agasajados, pero no recibidos por Eisenhower, quien, sin embargo, envió un enorme centro de flores a «los Príncipes españoles».

Los dos jefes de Estado de pie en el coche que les llevó por el Paseo de la Castellana escoltados por la guardia de honor a caballo
Los dos jefes de Estado de pie en el coche que les llevó por el Paseo de la Castellana escoltados por la guardia de honor a caballo Universidad de Alcalá de Henares Eisenhower en Madrid

En el orden interno, Franco había superado la crisis que sumió al régimen durante más de dos años, tras el disparo al joven Miguel Álvarez, con el intento frustrado de elaborar una constitución de la mano del ministro del Movimiento, José Luis Arrese, que otorgaba la prevalencia política a Falange, pero que decayó por la rotunda oposición del resto de grupos políticos al mismo, y muy especialmente, por el rechazo de la iglesia.

Ello significaba el apartamiento casi definitivo de Falange de las esferas reales del poder, materializado en el nuevo gobierno que dio entrada a los tecnócratas del Opus Dei, lo que llevó a los falangistas a la oposición tácita dentro del régimen y al paso de la Falange-Movimiento al de «autoritarismo burocrático». Y lo que resultó más importante y fundamental, al cambio de paradigma económico con la aprobación en julio de 1959 del Plan de Estabilización, algo que Franco terminó por aceptar, pese a mostrarse inicialmente contrario al mismo, y que supuso el final de la autarquía y el despegue económico y la modernización de España en las siguientes dos décadas.

Igualmente, el último día de julio del 59 se aprobó la Ley de Orden Público, una adaptación de la legislación republicana de 1933, que modificaría el marco y competencia de los tribunales, y ese mismo día nacería la banda terrorista vasca ETA, que en las décadas siguientes llenaría de horror a la sociedad española asesinando a casi mil personas y dejando miles de heridos.

La mañana fría del 21 de diciembre Franco recibió en la Base de Torrejón a un Eisehhower sonriente. La noche anterior la policía había abortado un atentado con bomba, tras recibir la información de que un súbdito americano había colocado un coche cargado de explosivos en un punto del recorrido. Franco y Eisenhower entraron en Madrid juntos en un coche descubierto, siendo vitoreados por una multitud de más de un millón de personas alineadas en las calles.

El intérprete de «Ike», el general Vernon A. Walters, alto responsable de la CIA, escribiría años después en su libro de memorias «Silent Missions»: «Las multitudes en Madrid eran impresionantes y su bienvenida extraordinariamente entusiasta. Yo iba en el coche con el Presidente y con Franco, y solo puedo decir que hubo un montón de gritos de “Viva Franco”. La visible popularidad de un hombre considerado por muchos como un odiado dictador no se reflejó en los artículos de la Prensa [americana]. Eisenhower, en todo caso, se quedó muy impresionado por todo esto y el modo en que Franco podía convocar a tan enormes multitudes».

Los madrileños esperaron durante horas para ver pasar la caravana en la que viajaban Franco y Eisenhower
Los madrileños esperaron durante horas para ver pasar la caravana en la que viajaban Franco y Eisenhower Universidad de Alcalá de Henares Eisenhower en Madrid

Eisenhower declaró que aquel había sido el recibimiento más caluroso que había recibido en todo el mundo, a lo cual Franco contestó modestamente que aquello constituía un entusiasta refrendo sobre su propia política exterior. Antes de la cena de gala en el Palacio Real, los dos mantuvieron una larga conversación en la que se habló de Marruecos, la seguridad Occidental, la evolución de la política soviética, el desarrollo de la economía española y su posterior integración internacional, las relaciones bilaterales y la ayuda militar.

Franco expresó su confianza en que «no pasaría mucho tiempo antes de que España fuera un país próspero», como otros de la Europa occidental, lo que sin duda ocurriría en los años siguientes con un crecimiento de la economía de dos dígitos, adelantándose más de veinte años al llamado milagro chino. Cuando se le preguntó por su opinión sobre la política soviética, «Franco, hablando tranquilamente, proporcionó una valoración objetiva y nada emotiva de lo que los comunistas estaban intentando hacer», afirmando que los soviéticos intentarían evitar una gran guerra, pero seguirían presionando para favorecer sus intereses todo lo que pudieran, intentando explotar cualquier resquicio y debilitar la voluntad de resistir.

Un asunto de protestantes

Eisenhower dejó para el final la cuestión que preocupaba a los americanos: la limitada libertad de los protestantes españoles, y el tono de la conversación cambió por un instante hacia la brusquedad. Franco se puso a la defensiva y señaló que había poquísimos protestantes en España, «ni siquiera uno de cada mil», y que era «un asunto local» que se resolvería. Einsehower no se quedó muy satisfecho con la respuesta, y dijo que sus amigos católicos americanos también estaban preocupados porque eran una minoría en los Estados Unidos.

Franco replicó enérgicamente que ése era realmente un problema de los mandatarios de la Iglesia y de los americanos, por lo que deberían elevar esa cuestión a Roma. Castiella, el ministro de Exteriores, intervino para suavizar las cosas, y cuando fue a Washington tres meses después, llevó un mensaje personal de Franco en el que afirmaba que el problema se estaba resolviendo, lo cual no era del todo cierto.

En general, la visita fue un éxito personal para Franco, quien hizo gala de su habitual modestia en estos casos, al encontrarse en presencia de alguien que en cierto sentido podría ser su igual, y fue amigable y durante la mayor parte del tiempo sincero, mientras que Eisenhower estuvo, como siempre, encantador. Tiempo después, el presidente recogería en sus memorias que, «me impresionó enormemente el hecho de que no había esos modales o características que a un visitante que no lo supiera le conducirían a concluir que estaba en presencia de un dictador».

Un chiste entre generales
A la mañana siguiente de la llegada de “Ike” ambos jefes de Estado se reunieron en un desayuno de trabajo, que fue tan distendido y relajado, que Eisenhower le pidió a Walters que le contara a Franco uno de sus chistes favoritos de generales. Walters lo recordaría así:
«Todos los presentes se rieron mucho... y algunos eran generales. Franco entonces tomó la palabra y le dijo ladinamente a Eisenhower: “¿Ha notado usted que los que más se ríen no son generales?”. No me imaginaba que Franco tuviera ese tipo de humor. Entonces, dijo: “La razón por la que los generales son tan malos es porque los escogen de entre los mejores coroneles”. Y entonces sí que se rieron los generales».
Franco acompañó luego al presidente Eisenhower y miembros de su séquito a la base de Torrejón en helicóptero, confesando antes que nunca se había subido en ninguno, lo que impresionó a Vernon Walters, pues «uno nunca lo habría imaginado, a juzgar por su tranquilidad». Al despedirse, Franco y Eisenhower se fundieron en un un abrazo muy cordial, lo que fue captado por un fotógrafo en lo que tal vez fue la foto más importante de su vida. Ese abrazo marcó el punto álgido de las relaciones internacionales del régimen. Y de Franco.