Historia

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Altamira: Arte prehistórico y pensamiento complejo

Las pinturas de Altamira son el máximo exponente de la riqueza del arte Paleolítico cantábrico

Pintando las cuevas de Altamira, hace 15.000 años. Foto:; ªRU-MOR/Desperta Ferro Ediciones
Pintando las cuevas de Altamira, hace 15.000 años. Foto:; ªRU-MOR/Desperta Ferro Ediciones larazon Desperta Ferro Ediciones

El despertar del arte prehistórico se produjo a través de los ojos de una niña. La historia de María Sanz de Sautuola en Altamira es de sobra conocida, pero mantiene todavía ese gancho que combina una parte de aventura –el adentrarse en una cueva apenas explorada en milenios– con la emoción del descubrimiento de algo que habría de cambiar para siempre la percepción que el ser humano tenía de sí mismo. La frase que pronunció María en el momento de descubrir de las pinturas de Altamira es la viva imagen de la inocencia: «¡Mira papá, bueyes!». No eran bueyes, sino bisontes, que por entonces ya hacía milenios que no frecuentaban el paisaje del norte peninsular; pero, «si non e vero, é ben trobato», y la automática analogía de una niña fue el comienzo de miles de preguntas cuyas respuestas resultan muy complejas de resolver aún hoy.

A partir de aquel momento (1879) se empezó a perfilar la existencia del arte en una época en la que nadie creía que fuera posible, con lo que ello suponía respecto al vínculo que tan claramente tenemos establecido entre lo artístico y lo «humano». Pese a todo, al igual que ocurrió entonces con el espléndido techo de los polícromos de Altamira, hoy quizá tan solo nos acerquemos tangencialmente a la idea real que subyace en la evolución y el comportamiento de las sociedades prehistóricas, si bien es cierto que apenas han transcurrido 140 años desde el hallazgo, y las nuevas tecnologías y técnicas de datación nos están permitiendo ahondar más y aprovechar datos microscópicos que antes ni sospechábamos que existían.

Secretos por todas partes

En realidad, los secretos de esta cueva cantábrica se encerraban no solo en el techo de los polícromos, sellado por el derrumbe de la entrada de la cavidad hace unos 13.000 años, sino en decenas de pinturas y grabados repartidos en los casi 300 metros de recorrido de sus galerías. La realización de estas imágenes no fue cosa de un momento preciso, sino el resultado de la intervención humana a lo largo de veintidós milenios. Junto a la entrada, y parcialmente cubierto por los escombros del derrumbe, se halló un yacimiento del Paleolítico superior que corroboraba una ocupación así de larga. Quienquiera que pintara el grupo de bisontes lo hizo, eso sí, en un momento puntual de hace unos 15.000 años. A juzgar por el registro arqueológico conocido en la época, para la necesaria iluminación artificial debieron de usarse lamparillas de tuétano fabricadas en asta de ciervo. El tuétano del hueso de un animal es un combustible idóneo para ello, puesto que aporta una importante cantidad de luz, tarda en consumirse, no huele, no hace humo y no provoca hollín. A su vez, el relieve natural de la roca era el lienzo perfecto para acentuar el volumen de las figuras que componen la manada. A la vacilante luz de las lámparas, los bisontes de Altamira cobraban vida.

En realidad, hubo muchas «altamiras» y, después de la muerte del padre de María, el hallazgo de cavidades pintadas en Francia y España se multiplicó, y el interés científico se volcó en la investigación de la Prehistoria del Cantábrico. En efecto, el Paleolítico superior de esta región trasciende el arte que le ha hecho célebre, y su estudio en la actualidad ofrece innumerables pistas de su cultura material, de su mundo simbólico, sus modos de supervivencia, e incluso de las formas de comunicación y de relación interterritorial. La anécdota de María ha ido cobrando una significación emblemática, en buena medida nostálgica de un mundo que se estaba descubriendo y que comenzaba a preguntarse sobre las capacidades humanas. Cabe recordar la dificultad de encajar la idea del pensamiento complejo en una época tan remota y desconocida; una dificultad que se plasmaría en el triste colofón de que la aceptación de esta idea no se produjo hasta después de la muerte del erudito santanderino.

Pintando las cuevas de Altamira hace 15.000 años. @RU-MOR/Desperta Ferro Ediciones
Pintando las cuevas de Altamira hace 15.000 años. @RU-MOR/Desperta Ferro Ediciones larazon Despertaferro

Para saber más

“Altamira. El Paleolítico cantábrico”

Arqueología e Historia n.º 28

68 pp., 7 euros

Bisonte magdaleniense polícromo. Imágen: © Wikimedia Commons/CC BY-SA 3.0/Museo de Altamira
Bisonte magdaleniense polícromo. Imágen: © Wikimedia Commons/CC BY-SA 3.0/Museo de Altamira larazon

Una vida en el frío

No hay duda de que el Paleolítico superior del Cantábrico constituye uno de los mayores focos de interés científico para comprender el comportamiento del ser humano moderno prehistórico en la Europa occidental. La cercanía de la cordillera cantábrica al mar convertía aquel espacio en un corredor perfecto para las migraciones de animales que huían del frío glacial, y por supuesto también de los humanos que hacían lo propio. Las gentes del Paleolítico superior vivieron en centros articulados en torno al curso de los ríos, en especial en cuevas, que abundaban en las generosas formaciones kársticas que ofrecía el paisaje. En aquel tiempo, los neandertales ya no poblaban el planeta y el humano anatómicamente moderno estaba condenado a vivir solo en una tierra fría que se iba encaminando a un clima postglacial. El enfriamiento de los polos había causado desde hacía milenios la retirada de los mares, y en el Último Máximo Glaciar, hace unos 23.000 años, el nivel del mar descendió entre 80 y 100 m, perfilando una línea de costa algo más amplia. En aquel duro contexto las mujeres y hombres del corredor del Cantábrico viajaron, cazaron, expresaron sus creencias y se reunieron en lugares de agregación en los que plasmaron con maestría su arte. Así, su huella quedó impresa en los suelos y paredes de cientos de cavidades y seguramente en lugares al aire libre cercanos al mar que sin duda fueron inundados con el deshielo definitivo.