Crítica de libros
El relativismo de la verdad
Seis hindúes sabios, inclinados al estudio, quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el sentido del tacto. El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: «Ya veo, el elefante es como una pared». El segundo, palpó en su ceguera el colmillo y gritó: «Es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza». El tercero tocó la trompa retorcida y gritó de forma descriptiva: «¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente». El cuarto sabio había extendido su mano hasta la rodilla, la palpó en torno a ella y dijo: «Está claro, el elefante es como un árbol». El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó de forma autosuficiente: «Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico». El sexto, quien tocó la oscilante cola del elefante, señaló: «El elefante es muy parecido a una soga». Y así los sabios discutieron posteriormente largo y tendido, cada uno desde su experiencia, de forma excesivamente terca y violenta, defendiendo cada uno su propia opinión y, aunque parcialmente estaba en lo cierto, en realidad estaban todos equivocados. Esta narrativa describe con sentido del humor pero vitalmente la panorámica del escenario del relativismo actual.
El relativismo aparece, en algunos sectores sociales, como el fundamento filosófico de la democracia; un sistema social de libertad tendría que ser, por su esencia misma, un complejo de ideas relativas, que dependiera además de constelaciones históricas y culturales diversas, y abiertas a nuevas evoluciones. Una sociedad libre sería en suma una sociedad relativista; tan sólo en este supuesto la sociedad podría seguir siendo libre y dinámica en el futuro. (…) En el ámbito político, esta concepción tiene buena parte de razón. No existe una única opción política que sea la correcta. Lo que es relativo, los modos de construcción de la convivencia entre los hombres, dentro de un ordenamiento en el que se disfrute de libertad, no puede ser algo absoluto. Creerlo así fue precisamente el error del marxismo y las teologías políticas.
El relativismo no surgió como problema en el ámbito de la decisión política diaria de lo opinable. El conflicto surgió cuando se trató de definir que significaba la libertad o la justicia. Aquí, en la respuesta a estas cuestiones o valores esenciales, encontró el relativismo su piedra de toque. La absolutización de lo opinable, la elevación de lo accidental a nivel de lo absoluto, no libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. Una justicia centrada sólo en cambios de estructuras, o de cultura, aunque sea necesario hacerlo en muchos casos, no va a ser suficiente para formar una sociedad ética, estable, si los ciudadanos no asumen libremente su comportamiento responsable.
La convicción clásica afirmaba que las ciudades permanecían unidas por la amistad y, por tanto, los legisladores se preocupan de fomentar la amistad, tanto o más que lo hacían de la justicia. La intención principal de la ley humana es que logre una amistad entre hombres.
El relativismo cuando adquiere connotaciones dogmáticas de beligerancia, de lucha, se transforma de cordero en lobo. Esta forma de militancia relativista no tiene nada que ver, epistemológicamente hablando, con los movimientos anarquistas de los años 60, o las teorías de género surgidas en mayo del 68, tal y como se refleja en la obra de Simone De Beavoir titulada «El segundo sexo». Muchos de los movimientos contraculturales anteriores reivindicaban vivir la libertad en la marginalidad, fuera del derecho, en lo que se podría denominar «en los márgenes de la sociedad»; el rechazo del sistema los llevaba a separaban del resto, a vivir fuera del derecho establecido.
Sin embargo, la situación actual es distinta, la teoría Queer, por ejemplo, no quiere vivir al margen, ni ocupar un lugar en el sistema manteniendo su identidad. Su desafío es la ocupación del centro de la cultura, del derecho y la sociedad. Quiere que de-construya el derecho y la sociedad, para volverla a construir con sus parámetros ideológicos. Una identidad continuamente movible a voluntad llega a incluir «peras y manzanas» en una misma clase de fruta, sólo porque el legislador, atendiendo a la relatividad de las comunidades, así lo considere; un agricultor con experiencia diría que no es posible, más allá de disquisiciones nominales, que una manzana sea una pera. El principio universal de no contradicción ya nos advierte lógicamente: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo contexto. Algunos críticos de la TQ sostienen que no todo es una construcción cultural, que algunas pruebas fisiológicas, genéticas y sociológicas muestran que la naturaleza, estructura y finalidad sexual no pueden ser explicadas sólo como construcciones sociales en el devenir histórico.
El abandono de la verdad, como propone el relativismo, que aparentemente parece indiferente, la desconfianza creciente acerca de lo esencial de nuestro mismo ser, el sentirse contento de no tener que ocuparse ya de todo eso es engañoso. El hombre no puede hacerse a la idea de ser ciego de nacimiento, y seguir viviendo siéndolo para aquello que le resulta esencial. El abandono de la verdad del ser humano no podrá ser nunca definitivo. La raíz de la crisis actual, que es ética y moral, es una prueba de ello.
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