Melilla
Vaya golpe
Treinta años del intento de golpe militar del 23-F. ¿Lo celebramos?... hoy. ¿Aquello fue una asonada, una reunión tumultuaria y violenta para conseguir un fin político? ¿Cosa de espadones? (Espadón: dícese del personaje de elevada jerarquía en la milicia. Aunque la palabra también posee otra acepción: «hombre castrado». No me pregunten por qué).
Qué episodio más ridículo, el 23-F. Una no puede dejar de pensar en él sin sentir un sonrojo fenomenal. Digresión propia de nuestro infantilismo democrático. Del 23-F guardamos un recuerdo borroso que protagoniza la imagen de los diputados de ayer escondiendo la cabeza bajo los escaños, y del tremendo bigotazo de Tejero. La orden «¡se sienten, coño!». Los tiros al techo del Hemiciclo, que no tenía culpa de nada… Qué miedo pasaron muchos ante aquellos tíos con los tanques como «pins» en la solapa… Menos mal que, no mucho después, ganaron las elecciones los socialistas y las aguas se encauzaron. Hasta el 23-F de 1981, el franquismo y la democracia confluían como dos ríos furiosos y revueltos. Poco más tarde, se amansaron, se sincronizaron. Y ahí seguimos.
José García Pérez en «Dieciocho horas con Tejero», cuenta su vivencia del secuestro, pues era diputado por entonces. Relata que, cuando pudo levantar la cabeza (le había caído encima el peso de la humanidad de Clavero, igual que a Felipe González lo aplastaron Gregorio Peces-Barba y Guerra) se dio cuenta de que se trataba de Tejero y suspiró tranquilo: era de los pocos que conocerían al bigotudo y cabreado guardia civil porque fue vecino suyo en Melilla. Los padres de Tejero, y su mujer, eran maestros, y José los había tratado. Imaginó que podría apelar a sus contactos familiares para librarse de que lo apiolaran, llegado el caso… El periodista Sebastián Moreno cuenta que José Luis Cortina aseguró un día que Luis Torres Rojas, general de división que llegó a Madrid para mandar el golpe de Estado, almorzaba el 23-F en un restaurante de El Pardo con otros capitostes de la División Acorazada Brunete. Planeaban el golpe mientras tomaban un bocado, tranquilamente (entonces aún se podía fumar), hasta que el camarero les dijo: «señores, ¡pónganse de acuerdo que yo tengo que cerrar!, que mi mujer tiene hora con el médico a las cinco…» De modo que los militares se apresuraron a entrar en acción… ¿Qué gerifalte fijó el día del golpe? No sé. Pero la hora la puso el camarero. Fijo. España es «asín». (Qué bochorno).
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