Pasarelas
La bragueta y la nada
Flügel decía que las prendas de vestir no solamente sirven para crear interés sexual, sino que quizás pretendan representar en sí mismas a los órganos sexuales. Que los zapatos, la corbata, el sombrero y el cuello de los vestidos o camisas, así como prendas de vestir más grandes y voluminosas como el abrigo, los pantalones y la capa pueden ser símbolos fálicos, mientras que los zapatos, el cinturón y la liga, además de la mayor parte de las joyas, pueden considerarse «símbolos vaginales». Argumentaba su teoría haciendo ver que, observando y comparando diversos periodos, es fácil establecer el paso constante de una auténtica exhibición de los órganos genitales a una simbolización quizás inconsciente de los mismos, a través del empleo de prendas de vestir de formas similares. Así, la bragueta implicaría una «transposición afectiva del cuerpo al vestido». Según parece, en principio, la bragueta fue concebida como un envoltorio de metal para proteger los genitales masculinos en la batalla. Después, la burguesía ideó su propia versión en piel, un objeto que andando el tiempo acabaría convirtiéndose en un accesorio ornamental de seda roja que contrastaba con el resto de la indumentaria. En ocasiones, las braguetas se decoraban con cintas y piedras preciosas para hacerse más llamativas, y se rellenaban para dar la sensación de una excitación permanente (con perdón de la mesa). Pero el abultamiento artificial de la bragueta no era en realidad una novedad, pues los falos prominentes y desmedidos, en proporción a una gran barriga y unas nalgas más o menos explosivas, ya eran parte de la vestimenta usual de los actores de la comedia griega. Antaño, el vestido en general ocultaba los cuerpos a la mirada, era incómodo, pesado, disciplinario. Aún así, como señala J. Ryan en «Prostitution in London» (1839), tal carga de insensatez en la vestimenta, de malestar evidente y correccional, acaso servía para exacerbar los ángulos más oscuros y perversos del erotismo humano. «Los tejidos de piel de camello… y otras prendas de lana o de pelo con las que se han vestido tantas personas pías, han contribuido a menudo a provocar la incontinencia». Esta observación, decimonónica pero perspicaz, sigue siendo válida, y lo será, me temo, durante mucho tiempo: hoy vamos muy ligeros de ropa, sobre todo en fechas veraniegas, pero el erotismo ha desaparecido. Nuestra época es de una pornografía casi forense. Quizás porque la nada nos acecha.
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