Presidencia del Gobierno
El momento Rajoy
Rubalcaba empieza a recoger los frutos de su legado cuando se dispone, empujado por su cinismo y su siniestro instinto de supervivencia, a perpetuarlo. En efecto, la acción de gobierno que se ha concentrado en empobrecer y prohibir, en liquidar el sistema de bienestar y el sistema de libertades de los españoles es tan imputable a ZP como a APR. Los errores y las perversiones, las torpezas y las miserias del primero son las del segundo. Y esa correlación no hay quien la tape. Y sobre todo, esa correlación ha cuajado en una opinión pública escarmentada. Tras una etapa dolorosa de cortoplacismo, de desesperanza, de resignación y de cobardía se está empezando a alumbrar otra en la que se anuncian oportunidades, determinación, valentía y altura de miras. Sin euforias injustificadas y desmesuradas, a pie de calle se le está mandando un mensaje claro a Rajoy: con él va a comenzar y en él va a terminar en parte y durante un tiempo la apuesta por la regeneración. Cuanto mayor sea el número de votos, mayor será la responsabilidad; y los sufragios, virtualmente, no paran de crecer. En el prólogo al certero ensayo «La España por venir», de Santiago Abascal, ya advertía Manuel Pizarro que las sociedades abiertas hay que defenderlas constantemente de sí mismas y de sus enemigos. Y añadía que sin principios ni valores no se puede hacer defensa absolutamente de nada, porque el que en nada cree no está más que en la propia coyuntura. Y ése será precisamente el otro gran desafío de Rajoy. No sólo volver a generar prosperidad sino, con el pico y la pala, comenzar la demolición del edificio de la ETA política que con imperdonable vileza ha ayudado a levantar Alfredo P (punto) Rubalcaba, el candidato de la involución.
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