Conciertos
El sonido de la lluvia por Antonio PÉREZ HENARES
A las seis de la mañana, el añorado sonido de las gotas de lluvia repiqueteando sobre el techo de la cabaña de madera me despertó. No he tenido mejor amanecer en cinco meses desde aquellas últimas lluvias de primavera a principios de junio. Nunca me habían parecido más hermosas las oscuras nubes, ni había gozado con la caricia del agua fría en la cara, ni gustado de silbar del viento y su convulso agitarse entre las ramas de las encinas, los enebros y las sabinas.
La mañana anterior había hecho un descorazonador recorrido por el monte entre resecos romeros, trochas polvorientas y con la mirada ansiosa puesta en el horizonte intentando atisbar la llegada del frente. Pero la lluvia parecía resistirse a caer y tras un ventoso atardecer hubo de esperar a que casi empezara a despertar el día para que se decidiera al fin a empapar la tierra.
Sé, ahora que vienen las lluvias, que con su asombrosa capacidad de recuperación muchas plantas que creíamos muertas parecerán resucitar y que durante estos próximos días y semanas en nuestro tornadizo parecer empezaremos a protestar por la inclemencia del tiempo que ahora nos suena a bendición. No seré yo. Que llueva hasta hartarse. Que llueva, eso sí, mansa y dulcemente que es la mejor manera de llover y luego que nieve que es la mejor lluvia de todas.
Y por cierto , entre esas resurrecciones, he tenido la alegría de comprobar que «mi» enjambre, el que habita bajo la tarima, no había fenecido. Un atardecer quise asegurarme y me acerque a su piquera. Había «ganado» que regresaba de los campos. No mucho pero aunque mermado seguía zumbando. Sé que están débiles, que ahora apenas si salen y no tiene que recolectar, así que nos le quitaré su miel. La necesitan toda para pasar el invierno. Pero seguro que hasta a las abejas han agradecido esta lluvia.
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