Museos
Demagogia por Pedro Alberto Cruz
Se dice que la cultura es un ámbito de libertad. Buen concepto. El problema es que, como todas las frases hechas, es falso. Si hay un espacio social que se caracteriza por su falta de libertad, por la arrogancia con la que limita la capacidad de acción de sus habitantes a unas pocas alternativas sancionadas por interesados grupos de presión, ése es el de la cultura.
Hace tiempo que la cultura dejó de ser de la ciudadanía para caer en manos de unos pocos. Y ya se sabe: mientras la elección de cada uno pase por adecuarse a la voluntad de esos pocos, será «libre» para hacer lo que le apetezca. Pero, como a alguien se le ocurra intentar generar una alternativa a las establecidas por los grupos de poder, la libertad se topará con el miedo de una oligarquía a perder el control de «su» monopolio. La cultura es el territorio más codificado. Hablar de cultura y libertad es un oxímoron que sólo creen los defensores de todo lo contrario –de la disciplina férrea y la uniformidad de pensamiento más voraz. Hasta la transgresión tiene unas reglas –lo cual supone la más triste paradoja .
Los «señores de la cultura» nunca se fiarán de dejar margen de maniobra a los creadores, no fuera que las leyes de la evolución fueran contra sus intereses. Por cuanto nada mejor que acotar el potencial del hecho cultural mediante normas que nunca se han escrito pero que todo el mundo conoce. Se trata de un crimen perfecto que no deja huella. Como en todo régimen totalitario, la cultura se defiende cínicamente: «Aquí sólo hay libertad e igualdad». Pero maticemos: el mundo de la cultura confunde igualdad con «gualación» y se olvida de lo más importante, el derecho a la diferencia.
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