Nueva York
Javier Sardá rinde homenaje a Ángel Pavlosky por Jesús Mariñas
Oportuna devoción, gratitud, admiración y reconocimiento a cincuenta años de trabajo. La fiesta de esta noche en el teatro barcelonés Luz de gas –creado por Jaime Salom e inaugurado con la obra de Valle-Inclán «Cara de plata», en la que Silvia Tortosa debutó con trenzas– se rendirá al cómico hispano-argentino que llegó acá bailando con el insuperable Alfredo Alaria. ¡Qué tiempos aquellos! El genial director acabó su escandalosa vida dirigiendo la «troupe» de «alegres chicas» que Matías Coslada tenía en el Paralelo, entonces festivo, hoy ya mortecino. Alternaba con Joaquín Gasa y posteriormente con Pepe Buira, creador teatral de Bárbara Rey en sus primeros escarceos con Chelo García Cortés. Lo viví en mis propias y entonces enamoradizas carnes juveniles. Fuimos testigos de los desmadres apasionados, ¿verdad querida Cheliño? Ángel Pavlosky encendía «la nit» y asombraba a la burguesía, siempre ansiosa de nuevas emociones. Barcelona era la Marsella española con el submundo marinero y con lugares como Nagasaki, pionero de los locales gays, hoy tan imperantes. Mientras, la Taberna Bohemia subía a artistas agonizantes a escena, y Ángel Zúñiga, corresponsal de «La Vanguardia Española» en Nueva York, dejaba pasmados a los vecinos de las Ramblas al lucir el primer visón masculino.
Unidos por una buena causa
Pilar Rahola y Javier Sardá, aparentemente tan distintos, se han unido por respeto al genio Pavlosky, cuyo talento está por encima de nuestra mediocridad. Así, han organizado una velada que esta noche reunirá a lo mejor de Barcelona. La fiesta estará encabezada por la inefable Rosa María Sardá, que ahora frecuenta tan poco el mundo de los artistas. ¡Qué tiempos aquellos en los que fue musa de Terenci Moix! Precisamente «El día que murió Marilyn», su máxima expresión novelística, ha sido rescatada ahora en una colección de joyas catalanas. Y en catalán cenábamos con la emblemática Can Lluis que tanto inspiró a Vázquez Montalbán y Juan Marsé.
Por cierto, Elisabetta Giubertti, directora española de Salvatore Ferragamo, el único zapatero que tiene un museo recomendable en Florencia, me cuenta detalles preciosos de Marilyn. Y es que en su museo de Florencia se presentaron los trajes de Greta Garbo. Y también se conservan las hormas de los diseños que durante décadas se realizaron para lo mejorcito de Hollywood con Marlene y Katherine Hepburn a la cabeza. Aunque la angelical Audrey fue su símbolo más distinguido. «Las suyas tenían un tacón de dos centímetros», detalla Giubertti, mientras Giulianno Balobonni demuestra a Palomo Linares –parece que ya alejado de Lilia– la realización artesanal de un zapato. «Se tarda tres días y medio, y cuestan 1.800 euros», precisó ante Marina Castaño –mucho más delgada– y Begoña Trapote, con un bronceado envidiable. Ambas tomaron buena nota de la importancia del «cembrioni», pieza reforzada en acero en el talón y que es el que proporciona la comodidad al modelo. Tampoco perdieron detalle de los ejemplares masculinos pintados a mano. ¡Son una maravilla! Mientras que Palomo añoró su tierna infancia en Linares: «Trabajé de zapatero remendón. Pero nada que ver con lo que estamos viendo», comentó. Fue una exhibición realizada en el fastuoso Villa Magna de la Castellana entre un incesante burbujeo de champán.
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