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La lentitud de la RAE por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Es cierto que, con la nueva actualización de su diccionario, la Real Academia Española ha realizado un especial esfuerzo de apertura y puesta al día, incorporando 1.700 palabras entre las que destacan numerosos términos relacionados con el argot digital. La cuestión a debatir sobre macroprocesos de reconocimiento lingüísticos como éste es si la capacidad de reacción de la RAE ante la experiencia del «lenguaje real» es lo suficientemente ágil o, por el contrario, existe todavía cierto agarrotamiento en la musculatura de esta institución que impide actuar con la celeridad deseada. Ejemplos los hay de todo tipo como para inclinarse por una respuesta u otra, pero lo cierto es que el hecho de que términos como «camp» o «friki» encuentren ahora su reflejo en el diccionario encargado de regular el uso del castellano resulta cuanto menos llamativo; y lo es porque, sobre todo con una palabra como «camp», parece como si la RAE hubiera operado más que una maniobra de actualización un ejercicio retro, dando luz verde a una expresión que casi nadie utiliza ya.
Por evidentes razones, el lenguaje real –el que se habla diariamente en la calle y surge del consenso espontáneo entre los individuos– habrá de ir siempre por delante del lenguaje institucional –el aceptado por los organismos reguladores–. Pero, toda vez que se asume la inevitabilidad de este «decalage», lo que no se puede dejar de cuestionar es la utilización tan controvertida de la lentitud como signo de autoridad; como si el hecho de retrasar de manera tan excesiva la inscripción institucional de una palabra real otorgara un plus de legitimidad a la RAE. En ocasiones, lo que sucede es que la labor apasionante de tomarle el pulso a la experiencia cotidiana en busca de ampliar los límites del castellano se convierte en pura prospección arqueológica. En un momento en el que la hibridación del idioma, de una parte, y la capacidad inventiva de la ciudadanía, de otra, han acelarado vertiginosamente los procesos de construcción de nuevas palabras, la mayor muestra de autoridad que puede trasladar la RAE es su frescura, su contemporaneidad, en suma, su rapidez a la hora de atajar el caudal desbordante de la realidad.