Castilla y León

OPINIÓN: A Juanmari González Ocaña

La Razón
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No quería pasar tu cumpleaños sin escribirte, esta vez sobre el papel del aire, que hace volar muy lejos las noticias. Y, antes de quedar donde acaban los diarios su vida efímera, he querido dejar tu nombre y el mío bien a la vista. Todo el mundo tiene amigos pero no todos saben lo que a un amigo se le puede llegar a recordar. Más que presente, uno lo siente ausente.
Pero no es su ausencia la del que no está cuando más falta hace sino cuando más se le espera. Toda la verdad en la que se entregan su mirada y su palabra brota como agua en el desierto, como luz de ausencia.
Y esa verdad tuya, esa luz que en tus ojos baila y en tu voz se adentra para acompañar siempre, es una de las verdades esenciales de mi vida, verdad que es esencial no por la luz que despide sino por la compañía que da.
El mundo que mira curioso nuestra amistad, querido Juanmari, está lleno de verdades que no acompañan, de luces cuya sombra es demasiado visible.
Ahora que eres sacerdote de esta generación «clergyman», como yo digo, y profesor de moral teológica, no habrás olvidado que lo más grande que un sacerdote puede ser es un hombre. Y que ser hombre quiere decir ser, todo entero, una mirada. El hombre es su mirada porque mirar en silencio es la manera más humana de amar lo que se mira, de exponer la propia desnudez sin bajar los ojos para juzgar la ajena.
El mundo está lleno de verdades demasiado visibles y de sombras demasiado frías como para no huir de ellas.
Pero tú, amigo del alma, tú, sacerdote y hombre, no les escatimes nunca -sé que no lo haces porque te conozco- tu deliciosa compañía.