Historia
Ciencia y santidad
Estoy seguro de que si se hiciese una pregunta pública sobre los sondeos de opinión, el resultado nos diría que un porcentaje muy elevado de los encuestados no sólo desconfiarían de la fiabilidad de las encuestas, sino que dudarían seriamente de su existencia real. Hay sobrados ejemplos recientes en los que basar cualquier suspicacia al respecto. Si uno mira a su alrededor, se sorprenderá de que conoce a muy pocas personas a las que se les haya pedido su respuesta a algún sondeo pensado para proyectar estadísticamente la intención de voto en unas elecciones generales, si es que de verdad sabe de alguien que haya respondido a una encuesta. Personalmente no conozco a nadie que haya sido preguntado al respecto, ni tengo idea de que algunos de mis familiares o amigos tengan localizado en su entorno a alguien cuya opinión haya sido recogida en la cartulina de un sondeo. Si ésa es la sensación general, ¿qué pensar entonces sobre el origen de los estudios demoscópicos que proliferan con motivo de las elecciones públicas? Y por otra parte, ¿con qué intención se publica algo que en apariencia carece de rigor científico? Si uno fuese malpensado, o no disimulase que lo es, diría que los sondeos son un magnífico negocio económico sin apenas gastos, concebido unas veces para justificar la existencia de supuestas empresas demoscópicas, y otras, las más, para crear entre la gente la opinión que dicen reflejar, del mismo modo que del gremio de economistas se sospecha con razón que es un conglomerado de expertos cuya falsa sabiduría consiste en explicar aquello que fueron incapaces de prever. Yo no sé si la fantasía demoscópica constituye el indudable reflejo de la escasa afición de los españoles por la ciencia, pero es evidente que vivimos en un país en el que la conjetura resulta siempre más efectista, y más brillante, que la constatación. No hay más que echar un vistazo a las predicciones meteorológicas para comprender por qué los españoles consideramos todavía un fiable sistema de medición los dolores reumáticos de la abuela y despreciamos los pronósticos teóricamente referidos al estudio cartesiano de las isobaras y las isotermas. Sondeos de opinión, meteorología... ¿En cuántos otros aspectos de la vida ordinaria parece natural dudar de la consistencia científica de quienes tendrían que acreditarla cada día? Desde luego es muy preocupante que no sólo no seamos capaces de pronosticar científicamente el futuro inmediato, sino que incluso discutamos el pasado y pongamos en duda la Historia, sin olvidar que ciertos sectores del nacionalismo se empeñan en cuestionar de vez en cuando la geografía. ¿Cómo vamos a predecir el comportamiento electoral de los ciudadanos, o prever la meteorología de mañana, si la ciencia prospectiva ha alumbrado unas cuantas promociones de científicos incapaces de pronosticar siquiera el tiempo que hizo ayer?
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