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Daños colaterales por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

La Razón
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Con los desagradables sucesos que están aquejando a la Casa Real y que a muchos nos apenan, es fácil sentirse seducido por la tentación de achacar a la institución los errores de las personas y poner en tela de juicio la conveniencia de la existencia de la Corona. No obstante, se atribuye a la Monarquía ser caldo de cultivo para la aparición de paniaguados o ventajistas. Ni más ni menos de lo que sucede en las repúblicas. Si hay regímenes que favorecen la corrupción, la monarquía parlamentaria no está entre ellos, como sí las dictaduras de uno u otro signo.

En su «Elogio de la Monarquía», Domenico Fisichella escribió con agudeza que un rey o un príncipe heredero pueden ser estúpidos, malvados o corruptos; pueden, incluso, ser las tres cosas a la vez, a pesar de que, a menudo, la maldad, para ser eficaz, debe ser secundada por la inteligencia. Pero –añadía–, ¿es un sacrilegio observar que también un burgués o un proletario pueden ser estúpidos, malvados o corruptos? ¿Es blasfemo recordar que en el curso de nuestra historia han existido innumerables políticos, parlamentarios, ministros, jefes de estado y de gobierno en democracias republicanas –por no hablar de los despotismos, dictaduras, autocracias– estúpidos, locos, corruptos o malvados?

Los príncipes y los que no lo son, no están exentos de debilidades y errores. Ninguno estamos libres de equivocaciones. Cuando esas flaquezas llevan a delinquir, el responsable sigue siendo el que delinque y no la institución de la que forma parte, que debe permanecer incólume y que simboliza la esencia misma de la nación. Donoso Cortés hablaba de la Familia Real como «depositaria de la inteligencia social que le han legado los siglos». Precisamente, una de las múltiples virtudes que posee la institución monárquica es la de constituir un referente permanente, permanencia que no es sinónimo de inmovilismo. La monarquía no es inmutable –toda obra humana es perfectible– pero sí alberga en sus entrañas un hilo conductor entre pasado y presente, para construir mejor el futuro.

Hay que ver los acontecimientos con perspectiva y contemplar lo coyuntural como tal y lo central y vertebrador como cardinal y crucial. Su Majestad el Rey, a quien tanto debemos los españoles, incluidos los que no se sienten tales a pesar de serlo, es consciente de que actuar con tino, rapidez y decisión no es fácil, pero sí imprescindible para preservar a la institución de innecesarias controversias y de lo que algunos llaman cínicamente «daños colaterales».

 

Amadeo-Martín Rey y Cabieses
Correspondiente de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía