España

25 años

La Razón
La RazónLa Razón

La visita de los Príncipes de Asturias al Estado de Israel seguramente servirá para que muchos recuerden que hace un cuarto de siglo que España estableció relaciones diplomáticas con esa nación. No fue, desde luego, un camino fácil. En 1948, cuando la ONU creó el estado de Israel, el régimen de Franco estaba totalmente contra las cuerdas, tanto que hubiera estado dispuesto a reconocerlo con tal de aliviar el dogal del bloqueo. Si no lo hizo –lo sabemos ahora más que documentadamente– se debió a que la Santa Sede no estaba nada satisfecha con la manera en que la ONU había abordado el tema de los Santos Lugares. Algunos fueron incluso más lejos. Mi padre me ha contado en más de una ocasión cómo, en aquel entonces, los jóvenes de Acción Católica se juramentaron en las parroquias contra el Estado de Israel que, a fin de cuentas, no era precisamente el triunfo de los cruzados de Godofredo de Bouillon. Durante las décadas siguientes, la «tradicional amistad con los países árabes» del franquismo contribuyó no poco a convertir semejante posición en inamovible. Sin embargo, salvo los muy sectarios apiñados en los extremos de la izquierda y de la derecha, todos sabían que España –que soñaba con alcanzar la democracia– estaba más que obligada a establecer relaciones diplomáticas con la única nación que vivía bajo ese régimen en Oriente Medio. El trabajo sereno, callado y persistente de personajes extraordinarios como Isaac Navon permitió que, finalmente, fuera así. Hace tiempo que perdí la cuenta de las veces que he visitado Israel. La primera fue cuando era un doctorando que acumulaba datos para una tesis –que recibiría el premio extraordinario de fin de carrera– dedicada al momento histórico en que judaísmo y cristianismo se separaron con pésimas consecuencias para ambos. He regresado después como turista, como director de programa de radio empeñado en acercar la realidad de Israel a mis compatriotas y como padre que deseaba que su hija conociera los escenarios de aquellos episodios que tantas veces había leído en la Biblia. Nunca he vuelto decepcionado o sin aprender algo hermoso y nuevo. Israel está mucho más cerca de nuestro corazón de lo que millones de españoles pueden imaginar. En sus calles, es frecuente escuchar el español, la lengua de mayor crecimiento, precisamente cuando se la proscribe en ciertas zonas de España. En sus plazas, nos encontramos con apellidos que recuerdan la presencia judía en España anterior a la de romanos y árabes. En sus ciudades, nos reencontramos con la cultura bíblica que ha conformado lo mejor de Occidente. Por si fuera poco, hacia Israel tenemos dos deudas desconocidas por muchos, pero no por ello menos importantes: la primera, que es un firme baluarte de la defensa de la libertad frente al totalitarismo y la segunda, que es nuestro primer cliente en la zona en unos momentos de agudísima crisis económica. Sé que todavía hay políticos descerebrados que profieren necedades sobre el Ejército israelí; que no faltan los titiricejas que se apuntan hasta a una flotilla para injuriar a Israel y que las universidades españolas supuran en ocasiones un antisemitismo cerril. Sin embargo, cuando todos ellos hayan desaparecido borrados por el viento de la Historia, Israel y España, España e Israel, habrán estrechado mucho más sus relaciones porque así lo exigen el sentido común, la justicia y la Historia.