El Cairo

Así son los héroes de El Cairo

La Plaza de Tahrir ha sido el centro de la protesta contra el régimen de Mubarak, decena de miles de mujeres, hombres y niños empobrecidos que no tenían nada que perder pero mucho por ganar

Omar Sharif, un actor que se enfrenta a Mubarak
Omar Sharif, un actor que se enfrenta a Mubaraklarazon

Midan Tahrir (la plaza de la Libertad) se ha transformado en una zona de acampada libre, donde desde el sábado día 29 de enero, se han asentado decenas de miles de egipcios de todas las edades, estratos sociales, colores políticos y creencias religiosas. Clérigos musulmanes de la Universidad de Al Azhar, estudiantes universitarios, islamistas, empresarios, intelectuales y actores unidos por un objetivo común: derrocar al presidente Hosni Mubarak. «Es la revolución del pueblo egipcio. No toleraremos más que Mubarak siga en el poder; tiene que marcharse ya», manifiesta Abbas Mohamed, que lleva diez días acampado en los jardines de esta plaza, epicentro de la revuelta.

Mohammed es un parado que trabajó como funcionario del Gobierno hasta que fue despedido hace tres años. Este padre de familia numerosa del barrio de Helwan, en los extrarradios de El Cairo, se unió a las protestas con la esperanza de un cambio. «No podemos sostener por más tiempo esta situación. Nadie quiere a Mubarak ni a su corrupto Gobierno», afirma.
Millones de egipcios viven en su misma precaria situación, con menos de un euro al día para mantener a una familia. Sus hijos no tienen acceso a una educación decente ni a asistencia sanitaria. En Egipto no hay seguridad social y los colegios públicos carecen de aulas en condiciones y profesores con una buena preparación académica.

Mahmod Mansur, llegó el pasado martes con su familia desde Al Fayoum, a unos 130 kilómetros de El Cairo, para unirse a las protestas. Mansur trabaja como campesino, tiene siete hijos, una esposa y gana 80 euros al mes. A sus 47 años ha decidido decir basta al «rais» Mubarak. «Cuando vi por la televisión la gran marcha de El Cairo –que concentró a más de un millón de personas– decidí unirme a ellos», explica a este periódico. Y sin pensárselo dos veces metió en una bolsa de plástico las cosas necesarias para la familia y se marchó con ellos a El Cairo en un microbús.


Resistir es ganar
Alterado por los últimos acontecimientos violentos que están sucediendo en las calles del centro de El Cairo, organizados por los partidarios del régimen, Mansur rompió a llorar mientras levantaba las manos al cielo pidiendo justicia. A pesar de ello, y viendo cómo unos tipos armados con palos golpearon a su hijo en la cabeza la madrugada de miércoles, ha decidido quedarse «lo que haga falta hasta que Mubarak se vaya». Su primogénito Atrab, de 33 años, intenta calmarlo, mientras se burla de su chichón en la cabeza. «No te preocupes, que con o sin chichón no voy a encontrar una mujer para casarme», le dice. Atrab no ha conseguido ningún empleo y no puede pagar la dote para una novia.

La batalla campal del pasado miércoles transformó la plaza en una especie de hospital de campaña con centenares de lisiados desparramados por el lodazal. Este espectáculo dantesco contrastó con el ánimo elevado de la gente. Unos 60.000 opositores al régimen aún resisten en la plaza. «Ellos ganaron la primera batalla pero nosotros contraatacaremos ahora», señala Mahmud Asif, que recuerda cómo un desconocido con arma de fuego disparó en la cabeza a un compañero en aquella fatal noche.

La seguridad en los alrededores de la plaza de Tahrir ha cambiado mucho desde entonces. La postura «neutral» del Ejército, que no intervino para sofocar los choques entre partidarios y retractores del régimen, llevó a los manifestantes a improvisar sus propias medidas de seguridad para que no se repitiera otra situación similar. En el Puente de los Leones, uno de los accesos a la plaza, detrás de los tanques del ejército, los manifestantes han levantado barricadas con láminas de metal, contenedores, paneles de madera y han colocado tres cordones de seguridad para registrar a todo el que entra. Gracias a estas medidas impidieron que, de nuevo, el jueves hubiera otra carnicería humana dentro del campamento con centenares de mujeres y niños. La organización es extraordinaria. Todos los que acampan allí tienen una misión asignada. Las mujeres se encargan de los víveres, y después grupos de voluntarios reparten la comida. Los que pueden permitírselo, médicos, ingenieros, abogados o empresarios, donan un euro al día para comprar alimentos.

Por respeto a las costumbres musulmanas, teniendo en cuenta que una parte importante de los manifestantes son simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, las mujeres duermen aparte; dentro de la mequita Omar Makran, contigua al edificio de la «Mugama», donde se expiden los pasaportes. Ashraf Aziz, imam de una mezquita de Helwan, nos explica que está aquí porque quiere «justicia e igualdad, como en los tiempos del Profeta Mahoma». El clérigo musulmán sostiene que «si el pueblo egipcio elige libremente al jefe de Estado, el aceptaría incluso a un presidente cristiano».

La proscrita pero influyente hermandad musulmana ha animado a muchos de sus seguidores a participar en las protestas. Los islamistas han calado profundamente en un sector deprimido de la sociedad, que es el más mayoritario y a su vez manipulable.


La muerte del blogger
Pero no sólo personas con afiliaciones políticas están presentes en la plaza Tahrir. Muchos jóvenes sin ideología concreta se han unido para pedir el fin de este estado policial. El descontento social en Egipto se venía gestando durante años, pero nadie podía prever cuándo iba a explotar la situación. La revuelta de Túnez infundió esperanza entre los jóvenes egipcios. «Un efecto mágico; la gente empezó a creer y a no tener miedo», comentó Mohamed, estudiante de Medicina.

El acceso a las nuevas tecnologías ha sido una herramienta clave para organizar estas movilizaciones. Las protestas se iniciaron el 25 de enero, a través de un grupo de Facebook que se creó tras la muerte de Khaled Said, un blogger de Alejandría que fue torturado por la policía a finales de diciembre. Precisamente, los organizadores escogieron el Día Nacional del Policía para protestar por la represión y brutalidad de los cuerpos de seguridad.

«La brutal muerte de Khaled levantó la ira de muchos. La policía es corrupta y asesina, no lo podemos seguir tolerando, por eso decidimos salir a la calle para denunciar», explica Amer, licenciado en Derecho, pero sin trabajo. Amer es seguidor del Nobel de la Paz Mohamed Al Baradein. Para este joven, el ex director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica es «la esperanza del cambio». «Es la primera vez que participo en una concentración. Yo y mis amigos decidimos venir a El Cairo apoyados por nuestras madres», nos cuenta Mahmud, estudiante de Medicina de la universidad de Assiud, a unos 400 kilometros al sur de la capital.

La valentía de esos primeros miles de egipcios que de forma espontánea desafiaron al régimen en la plaza de Tahrir movilizó a otros cientos de miles que se unieron después al «Día de la Ira», el 28 de enero, que se tomó como fecha oficial del inicio de las revueltas y que el pasado viernes alcanzó su máxima expresión.

Pese a los intentos de las huestes de Mubarak de ensangrentar la revuelta, desestabilizarla y borrar su carácter cívico, la oposición quiere que la protesta mantenga su unidad, de ahí que ninguno de los líderes, desde El Baradei a los Hermanos Musulmanes, está haciendo declaraciones, ni tomando la responsabilidad de hacerse con el liderazgo, dejando que sea el pueblo quien se dé un verdadero baño de libertad.



Omar Sharif, un actor que se enfrenta a Mubarak
Es el momento de dar la cara en Egipto, ya no vale esconderse. Así lo ha entendido el famoso actor egipcio Omar Sharif, que vive en El Cairo estos momentos históricos: «El pueblo egipcio entero no lo quiere y los 30 años que ha estado en el poder ya son suficientes para Mubarak». Sharif, como la mayoría de sus compatriotas, ha terminado desesperanzado con un gobierno que no ha ayudado al progreso de Egipto: «Hay algunas personas muy ricas, puede que un uno por ciento, y el resto son pobres que intentan conseguir comida».
Aunque el actor ha vivido gran parte de su vida lejos de su país, ahora está muy concienciado con la realidad que le rodea. Siempre ha sido un hombre libre. En 1955 se hizo musulmán y ha asegurado que lo sigue siendo, pero fue amenazado por Al Qaida por representar a San Pedro en una película. Y teme a los Hermanos Musulmanes: «No los quiero», dice.