Libros
Memoria sin recuerdos
Unas cuantas veces se me pasó por la cabeza la idea de escribir mis memorias y he de reconocer que si evito la tentación no es porque considere que carecen de interés, sino porque creo que si faltase a la verdad, les causaría un daño innecesario a no pocas personas a las que conocí en circunstancias que presumo que ellas prefieren olvidar. No se trata en general de hombres y mujeres relevantes por su vida social o por su significación pública, pero en unos casos tienen familia, y en otros, se han construido una imagen distinta de la que tenían cuando compartieron mi vida. La verdad es que además de respetar su derecho a la intimidad, comprendo que no se sientan orgullosas de las circunstancias que compartimos en una época de mi vida en la que incluso algunos miembros de mi familia cambiaban de acera para no coincidir conmigo. Habrá quien me recuerde con cariño, no lo dudo, y hasta acepto que alguien habría deseado olvidarme por la misma razón por la que de haber jugado con sus perros prefieren haberse desprendido del olor y de los pelos. En muchos casos la vida me puso en contacto con personas a las que me consta que no les importaría reconocer que estuve en sus vidas si no fuese porque de paso tendrían que aceptar que estuve al mismo tiempo en sus camas. El de la intimidad suele ser un gran problema cuando con el paso del tiempo cambian las circunstancias y lo que fue una aventura se convierte en un secreto. Yo hice lo que me apeteció hacer en cada instante y si lo conseguí fue porque hubo gente dispuesta a lo mismo, aunque ahora prefieran olvidar aquello porque tienen otros intereses que salvar. He soñado en muchas camas distintas durante más de treinta años gracias a quienes me dieron su afecto y me acogieron en sus casas, a veces sólo porque era tarde y hacía frío; otras, a cambio de que fuese a su lado tan sórdido e instintivo como suponían que era, un tipo que tenía en las manos el hocico lamido de un gato. Yo les agradecí siempre que no les importase compartir sus vidas con alguien al que con el cansancio y el estupor le masticaba la sangre al corazón y le ladraban los ojos, y acepto ahora que sus parejas me las presenten como si yo nada supiese de ellas. Sé que sus pasos llevaron un camino distinto del que siguieron los míos y tienen una familia que conservar o un prestigio que defender. Pueden estar tranquilas. Jamás aparecerían en mis memorias. Nunca he sido un hombre desagradecido. En el peor de los casos recordaré su hospitalidad, su alcoba y su alma, pero, para que no sufran, tendré una memoria sin recuerdos y no me importará olvidar su lencería.
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