Cataluña

Canto desgarrado por el toreo en Barcelona

- Barcelona. Primera de la Feria de La Merced. Penúltimo festejo en La Monumental. Se lidiaron toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo y un sobrero de regalo de Juan Pedro Domecq, bien presentados. Manejable pero sin fondo, el 1º; manejable sin rematar, el 2º; el 3º, rajado; deslucido, el 4º; de media arrancada pero exigente y transmisor, el 5º; y el 6º, de buen aire; bueno, el 7º. Casi lleno.- Morante de la Puebla, de negro y azabache, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo hondo muy bajo, media, ocho descabellos (pitos); estocada (dos orejas). - El Juli, de catafalco y oro, estocada, descabello (dos orejas); estocada (oreja).- José María Manzanares, de tabaco y oro, estocada contraria recibiendo (dos orejas); estocada (dos orejas).

El Juli saluda a la afición con la senyera tras una triunfal vuelta al ruedo
El Juli saluda a la afición con la senyera tras una triunfal vuelta al ruedolarazon

Cuando Morante salió a pedir permiso al presidente, muerto el sexto, le pitaron. Hasta que por megafonía anunciaron lo que todos esperábamos: Morante regalaba el sobrero de Juan Pedro Domecq. Minutos atrás se había llevado Morante la bronca de la tarde; tal vez la última bronca torera de la Monumental. Quitó en el sexto y se ganó el perdón: qué manera de torear con el capote, pero todavía no imaginábamos lo que estaba por llegar. Sin meterse en el burladero, sentado en el estribo, descarado, auténtico esperó al sobrero. Barcelona, que siente el toreo desde las entrañas, acompañaba al unísono con palmas por bulerías. El arte se respiraba, se intuía, la magia nos atrapó después, acaso segundos después, cuando Morante meció las manos a la verónica como si no hubiera mañana. Y no lo había. Y como todos lo sabíamos el canto al toreo era desgarrado, profundo, de garganta ronca de tanto clamar por la libertad robada. Hurtada. Miserias políticas que acaban con la grandeza de la vida y la muerte. La que llevamos todos en la cara. Y era el séptimo de la tarde y esto no hacía otra cosa que comenzar. Nos quedaba un largo camino, el peregrinaje emocionado hasta el hotel con los toreros, héroes del siglo XXI, a hombros. Imagen desgarradora, apasionada, la emoción contenida. O no. Pero eso estaba por llegar. Qué sabía nadie. Morante se iba de vacío. Pero se dijo no. Y el de Juan Pedro, que desde arriba todo se sabe, embistió noble, largo, bonito y el toreo que le cosió Morante quedará para los anales de nuestros corazones. Por el izquierdo sublimó el toreo al natural, que nace encajado para rematar atrás, donde el arte gana la batalla al muletazo. La batalla nacionalista perdida en el Parlamento catalán hace más de uno año, se ganaba en el ruedo. Cuando el arte embelesa, contagia, arrebata, nos hace presa del olvido, porque sólo lo que ocurre en el ruedo nos acompañará mañana y de pronto la emoción, con mayúsculas, te deja petrificado. Muerto en vida. Nos habían matado. Al infierno hubiéramos llevado a los toreros de haberse hospedado allí. Pero el logro no estaba consumado. Alcanzó Morante la redondez en una faena colosal, la pureza de torear y el embrujo del sentimiento. Se perfiló para entrar a matar y la espada entró, como un fogonazo en la afición herida. Y entonces, no hubo excusas ni cantares. A los tres toreros se los llevaron a hombros. Quedaba todo, el griterío, la venganza íntima de haberlo gozado, y la admiración infinita por todo lo que estaba pasando. Un momento nuestro que jamás encontraremos en la rutina de la modernidad. Puñetera prohibición que anida en la falacia. La hipocresía al límite. Henchido el pecho de emociones al ver a tantísima gente aupando al torero, a los toreros, los tres a hombros, turnos para cargar al héroe, vestido de luces e invadiendo, cortando a su paso las calles de Barcelona, abriéndose paso en la Gran Vía. No cabía mayor reclamo, más rabia contenida en corazones de gente sencilla, el pueblo hablaba aunque no se le quiera escuchar.

Juli había salido al escenario de la Monumental para dar la vida si fuera preciso. Por encima del bien y del mal, en ese ejercicio de verdad que envenena. Cuando ya acababa su turno y en medio de una ovación atronadora, era el propio torero quien aplaudía a la afición. Benditos catalanes. Sufridores. Magullados. Heridos. Aplaudía Juli justo después de robar un poquito de arena. La última que apretará su mano, si nadie lo impide, si el TC aprueba el cretino ejercicio de coartar la libertad por intereses propios. Tremebundo futuro ante tanto necio. Juli apretó hasta el más allá y dejó para los restos dos faenas importantísimas. Cabales, de orgullo herido, torerísimas, brutales de técnica y arrojo. Verdad, entrega, porque el mañana se nos iba. Siempre tuvo muleta en la cara el segundo. Siempre. Todo o nada. Y al toro, que iba con poca gracia, le montó una faena redonda Julián. Con imaginación, sútil técnica y el corazón a mil. Más importante todavía fue la del quinto. Descolgaba el cuello el núñezdelcuvillo, pero por poco tiempo, le espera al final un derrote para rebañar. Qué importaba. Julián lo gozó, y lo gozamos. Ahí había dejado su aportación a la historia. Tres orejas. Y qué demonios importaban las orejas.

Cuatro se llevó Manzanares con su toreo pausado y ralentizado, perdido el tiempo en el reloj. Convenció con el tercero, que se desplazaba sin clase y acabó por rajarse. El torero no. De aquí y de allá y esa estocada recibiendo le abrió la puerta grande de par en par. Más clase tuvo el sexto, que se desplazaba por abajo, aunque metiéndose por dentro. Lo que hizo tuvo belleza, e intensidad por momentos. Nos quedaba tanto todavía, y pensábamos que habíamos acabado. Rumbo al infinito, calle Gran Vía abajo entre la multitud, a cada segundo que pasaba esta prohibición dolía más. Barcelona sin toros se queda huérfana.


Los tres tenores con las banderillas
El éxito ya estaba asegurado. Pero la emoción se nos desató sin fronteras en el séptimo que regaló Morante. Lo había bordado a la verónica y quedaba más, mucho más, la reacción en el público fue de química pura cuando los tres tenores: El Juli, Morante y Manzanares cogieron las banderillas en el segundo tercio. Un par cada uno. Primero Julián, que volvía por sus fueros, sólo por esta vez; después José María Manzanares que intentó clavar al violín y el fallo lo resolvió en la cara, asomándose al balcón. La torería al límite la puso Morante de la Puebla en el tercer par, muy de cerca y saliendo de la cara andando. La imagen de los tres diestros ante el toro no se olvidará en la vida. Y esa Barcelona en pie, tampoco.


«No he vivido nada igual en mi vida»
«Inolvidable, no hay palabras para lo vivido, qué imagen imborrable los tres en hombros por la ciudad. ¡Gracias! Qué manifestacion de la gente y qué entrega de los toreros; la gente emocionada es el mayor logro», así de eufórico se mostró El Juli, vía twitter, ya en el hotel. Por su parte, José María Manzanares sólo tuvo palabras de elogio para la afición: «Gracias a la afición de Barcelona y Cataluña: libertad para todos, no he vivido nada igual en mi vida», aseguró.