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El gozo de consumir

Serranillas para el verano
Serranillas para el veranolarazon

Las mesetas y sierras españolas han forjado unos humanos austeros a la fuerza. Donde no hay, lucen las virtudes del desprendimiento y de la renuncia.
Pero los avisados comerciantes instituyeron días sacros dedicados al padre, a la madre, a la Navidad, a la primavera, al verano, al otoño, al invierno y a la madre que los parió (a los avisados comerciantes); y el orgulloso hispano, fiel a la doctrina de no ser menos, se lanzó a festejar esas efemérides como si fueran su tradición más respetada.
Mireya no necesita de ningún estímulo, goza adquiriendo por el solo hecho de hacerlo y si no se hubiera impuesto la sociedad de consumo, ella hubiera hecho campaña en su favor como las antiguas sufragistas.
Por eso cuando, toda mieles, me sugirió que me convendría visitar a mi camisero en Madrid, comprendí que necesitaba desahogar sus impulsos mercantiles. La verdad es que tampoco le hago ascos a un viaje a la capital, saludar buenos amigos, ver alguna comedia en el teatro, regalarme en los restaurantes e incluso visitar las armerías de la Villa y Corte que acogen toda suerte de tentaciones.
Nos alojamos en un hotel del barrio de Salamanca para estar a pie de obra y antes de que las madres, que acompañan a sus hijos al colegio, invadan la calle Serrano estábamos pisando sus aceras.
El Ayuntamiento rinde culto a Mercurio y ha enlosado la arteria más emblemática de Madrid como hubiera deseado Herrera alhajar El Escorial: grandes losas de granito han ensanchado las aceras hasta convertirlas en avenidas que, ahora, acogen terrazas donde los esforzados consumidores pueden reponer fuerzas para seguir con su dedicación.
Entramos, para que Mireya me escogiera una corbata, en uno de esos establecimientos cuyo nombre reluce en las capitales del mundo entero.
–«Luego yo compraré cualquier fruslería». Sentenció mi dictadora particular.
Las dependientas estaban vestidas con una superferolítica ropa que resultó ser su uniforme ya que todas llevaban la misma, y atendían equipadas con esa estudiada cortesía que suplanta la auténtica amabilidad.
Mireya hizo que le enseñaran la colección completa de corbatas para constatar que ninguna le gustaba y que los modelos anteriores eran mucho más apetecibles. A pesar de que fue terminante en su juicio, le llevó bastante tiempo elaborarlo. Al final, adquirió en mi obsequio un cinturón cuyo cierre repetía el logo de la firma, y en vez de cobrar por convertirme en hombre anuncio tuve que satisfacer una cantidad digna de una obra de arte en cualquier casa de subastas.
Cumplido el requisito, con cálida mirada me sugirió:
– «Puedes ir a revolver en las armerías, que es lo que a ti te divierte, que yo me quedaré por aquí viendo si hay algo que me guste».
En la tienda de deportes, estuve disfrutando del goce inocente y discreto de charlar con varios amigos hasta que nos rogaron que bajáramos el diapasón de las conversaciones y nos retiráramos a un rincón de la tienda para dejar espacio a otros clientes; siempre prudentes, continuamos la tertulia en un bar cercano.
Antes había adquirido distintos artículos cuya importancia nunca hubiera sospechado de no haberlos descubierto en este santuario de la caza.
Tenía cita con Mireya en el hotel para ir juntos a almorzar y, al entrar en la habitación, casi me ahogo con el número de bolsas que habían invadido mesas y sillas; la moda ya no utiliza cajas, que son muy escandalosas por su volumen, sino discretas bolsas que pasan más inadvertidas.
–«No puedes imaginar el dinero que he ahorrado. Estaban de rebajas y me he equipado para toda la temporada». Me dijo con su sonrisa más encantadora.
No quise ser descortés preguntando precios, aunque algo influyó que, a mi vez, no deseaba confesar lo que había pagado por los elementos ópticos que adquirí en la estupenda armería, aunque mis compras estaban justificadas, porque en Nájera no se encuentran esos objetos y tienen además mucha calidad, por lo que no pierden valor.