Teatro

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Danza en el ruedo por Francisco BRINES

La Razón
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Llega San Isidro. La máxima expresión de la Fiesta. La feria de las ferias. El ruedo de Babel cargado de un magnetismo único. Ese coso de estilo neomudéjar desprende poder de atracción como ningún otro. Gentes y gentes, llegadas de todos los puntos del planeta para ver esa danza entre toro y torero. El baile entre el humano y la fiera.

Precisamente, ahí está la gran paradoja de este espectáculo, el mejor –el más genuino y colosal– que se ha creado en España en toda su Historia. Se habla de la furia del animal, de su peligro, pero la realidad es que no ofrece violencia alguna. No se queja ante el dolor, ni simula, ni hay artificio... Nobleza pura. Todo está bien medido. El torero es consciente de que, en esa magnífica danza entre él y la res, el toro es su fiel colaborador. Su partenaire. Sin embargo, ahí está la bella dificultad de cada faena. El matador desconoce las habilidades de su pareja de baile, nueva en cada lidia, y debe amoldarse a dichas cualidades para confeccionar tan armónica ceremonia.

Recuerdo perfectamente la primera vez que fui a una corrida de toros. Tomó la alternativa El Choni, que precisamente ha fallecido hace poco tiempo, de manos de Manolete. Fue la única ocasión que tuve de ver torear al mito cordobés. A pesar de que era un crío, no me impresionó la sangre, sino el colorido, el ambiente, el espectáculo...

Había una familia extranjera en el tendido, cerca de mí, la muchacha se tapaba los ojos con las manos a cada segundo. Lloraba y lloraba. Poco a poco, fue quitándose los dedos y viendo por las rendijas lo que pasaba, a mitad de corrida sólo usaba sus manos para dar palmas. Todos estos detalles se multiplican en Madrid. El que quiere ser algo en este mundo tan complicado y, a la vez, tan complaciente debe pasar por Madrid. Un triunfo aquí abre las puertas de par en par, como el mayor de los torbellinos, de su carrera.


Francisco Brines
Poeta y académico