Libros
Ancla de azúcar
A veces se me da por recapacitar sobre mi existencia y comprendo que he sido un ser emocional e indolente, un tipo cuya vida hubiese consistido en hacer largos preparativos para no moverse del sitio, un hombre a medio camino entre la comodidad y el estoicismo, alguien que se fue volviendo escéptico hasta el punto de creer que el mar lleva camino de convertirse en un erial sin vida por culpa de que los peces se hayan vuelto solubles en agua. Nunca sentí la tentación del dinero, ni recuerdo que el precio de las cosas me haya interesado en absoluto más que su valor. Mi idea de la propiedad es que nadie me embargue por capricho la mano de escribir. A veces he ido por la vida llevando en los ojos la letárgica mirada de un ciego y no me importa reconocer que yo mismo me he fabricado con las manos los charcos en los que meter los pies. A veces dudo de mi capacidad para escribir y creo que tendría que darme por satisfecho con la evidencia vulgar de que sólo soy uno de tantos tipos sin ideas que consideran alucinante que no les quepa el cráneo en la cabeza. Supongo que ya conté alguna vez que de niño soltaba mi cometa al viento porque era un crío confesional y fervoroso e imaginaba que cuando al final de su vuelo volviese al suelo traería estampado en sus colores el autógrafo de Dios. Ahora ya no creo en esas cosas, lo reconozco, pero recuerdo que entonces recogía la cometa y sabía que si no traía estampado aquel autógrafo, no sería porque se hubiesen frustrado mis sueños, sino, lisa y llanamente, porque, a pesar de ser un señor tan mayor, era evidente que Dios no sabía escribir. Cada vez que reflexiono sobre mi existencia me doy cuenta también de lo complicado que resulta convivir conmigo. Me casé dos veces y he tenido tres hijos. Se me reprocha que haya parado poco en casa y que arrastre en mi conducta la malformación moral de una vida disipada. Puede que tengan razón quienes me hacen ese reproche. Antes me dolía, pero ya no me importa. Supongo que siempre quise estar y no quedar, ser como un bote que fondease arrojando al agua un ancla de azúcar. Ya me trae sin cuidado lo que vaya a ser de mi vida. En el fondo siempre supe que el éxito sólo es el punto más alto de la caída de un hombre. Una noche que no había conciliado el sueño se me dio por pensar que según en qué circunstancias, mi casa es el lugar al que me habría gustado entrar a robar con la esperanza de quedar como rehén o perder la noción del tiempo y tardar en irme.
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