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Sensatez por Cristina L Schlichting

La Razón
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Era vox populi que en España es difícil y lento adoptar niños y eso ha producido un éxodo de padres al extranjero, deseosos de traerse chavales rusos, suramericanos o chinos. A veces se pagaban cantidades astronómicas. Resulta absurdo y doloroso comprobar a la vez que los centros de acogida de menores están llenos. Flexibilizar este marco es una buena medida y, aún más si cabe, definir un estatuto de la familia de acogida que, por asombroso que resulte, no existe a día de hoy en nuestro país. La acogida –temporal o perpetua– es la fórmula ideal para niños de entornos de origen disfuncionales. Es además una solución para muchachos difíciles que necesitan otra casa. Eso les permite mantener contacto con sus familias de origen. En otros países la experiencia es antigua y muy fecunda (los centros de «La Cometa», en Italia, son ejemplares). En España es más reciente, pero igualmente conmovedora, con casos como la asociación «Familias para la Acogida». Estas familias de acogida explican que no se adopta ni acoge para satisfacer un instinto, sino para proporcionar un hogar a un niño. Añaden también que siempre obtienes más que lo que das. Hay en estas acciones una gratuidad, un no esperar nada a cambio, que no es de este mundo. Conozco a familias de tres hijos que han adoptado un niño con espina bífida. Otras, también con varios hijos, que han abierto la casa a un chaval con síndrome de Down. E incluso las hay que albergan durante años a adolescentes violentos o hijos de presidiarios. Ampararlas por ley es fundamental.