Barajas
El caballo de Troya
El rapto de Helena por Paris fue la causa de la guerra de Troya. Ya habían pasado diez años desde que los griegos llegaron a sus murallas y los troyanos habían resistido el asedio heroicamente. Además, Aquiles, el héroe griego, había caído mortalmente herido, razón por la que los griegos se sentían desalentados. Pero Odiseo, el astuto varón, concibe una última estrategia. Ordena a los artesanos construir un enorme caballo. Éste tenía una escotilla escondida en el flanco derecho y en el izquierdo una sentencia en forma de jaculatoria: «Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea». Los troyanos, que eran muy creyentes, pensaron que los griegos se retiraban a su tierra, y aceptaron aquella simulación como un regalo, y lo introdujeron en la ciudad, lo que exigió el derribo de parte de los muros de la misma dado su tamaño. El enemigo no se había retirado, sino que permaneció apostado en el vientre del «animal» y, llegada la oscuridad de la noche, les permitió descolgarse desde la altura con sigilo, abrir las puertas de la ciudad y pasar a cuchillo a todos sus habitantes.
Europa como Troya en su día se siente amenazada. ¿Cuál es el principal enemigo de Europa? El nuevo caballo de Troya que amenaza a las ciudades europeas, a diferencia de la narración clásica, no ha consistido en idear una estrategia que fuese necesaria la práctica en la nocturnidad, sino que el «enemigo» ha actuado a plena luz del día. Un grupo de «patriotas europeos» ha demolido sus «murallas de defensa», ha derruido las «almenas de la verdad, el bien y la belleza», ha desarmado intelectualmente a sus habitantes llevándolos al escepticismo del sentido de su existencia. Han arrojado lejos de ellos las armas intelectuales de los primeros principios intelectuales, han arrancado de su pecho la coraza de la lógica, la razón griega, que le había permitido saber qué era ser humanos y quiénes eran, y se han revestido de la «duda metódica», y han enarbolado como únicas banderas el relativismo y la incertidumbre.
El postmodernismo ha proclamado la «muerte de la razón», el «fin de la libertad», el «desenmascaramiento» de todos los valores, la «disolución de la historia», la «muerte del sujeto», el indiferentismo religioso, la «indeterminación y la inseguridad», el «nihilismo alegre», etc. Son los «frutos amargos» no deseados, consecuencia de las semillas metodológicas que se plantaron en su día.
Llenos de dudas, de incertidumbre, de relativismo gnoseológico primero, y cultural y ético después, los europeos vemos llegar cada día a nuestras playas a gentes orgullosas de su etnia, que saben del sentido de su existencia, de su origen y finalidad, que conocen a su modo qué es el bien y el mal, y el canon su belleza. Los europeos, sentados al fresco en sus calles y plazas, sedientos se amor y de verdad, después de haber huido del realismo ingenuo, han reducido el conocimiento de la axiología de los valores a una representación ilusa, y variopinta, que no sabe, ni quiere dar respuesta, ni sentido al hambre de bien que los debilita y asedia. El pozo de la racionalidad moderna no saca el agua del amor que sacie su sed de verdad en el desierto intelectual en el que se encuentra, ya que la racionalidad moderna es autocomplaciente con nuestras propias interpretaciones e ideas, y como además ha expulsado la lógica universal aristotélica, la racionalidad ya no versa acerca de lo esencial de la vida, ni de que sea el amor y la belleza. Ha reducido la explicación de las causas propias a sólo sus ideas, y en el mejor de los casos sólo indaga las causas segundas de lo físico y material.
La vida humana, en este escenario sin conocimiento del sentido del origen y sin conocimiento de la finalidad futura, desemboca en el abismo existencial, en el absurdo de la vida, en el exclusivo inframundo del placer, y la exclusiva lucha por el poder en la convivencia social y política. Los hijos de Europa se hacen débiles en sus defensas, física e intelectualmente, y su esperanza es poco atractiva respecto de lo que es el sentido de una vida digna. El ser humano, para no enajenarse, para saber estabilizar su vida personal y social, necesita el conocimiento de la finalidad del universo y el sentido de su existencia, desde que amanece hasta el declinar del día. Hemos de recuperar las armas de la lógica universal. Y así, poco a poco, cuidando lo pequeño, haciendo camino al andar, acercarnos a los aledaños de los valores esenciales. Urge superar la duda metódica, la incertidumbre y el relativismo del conocimiento, sobre todo de lo ético y lo moral. Un ejército desmoralizado por el propio caballo de Troya europeo, el inmanentismo, del que cada día descienden los «enemigos», aquellos que anteponen el pensar al ser, no puede defenderse, será al final reducido, vencido y sometido a la esclavitud. Los hijos de Europa, en suma, que fueron de la libertad y la racionalidad, no estarán preparados para resistir el asalto final de cualquier «enemigo», quien, a pesar de no ser democrático, puede contener en su axiología cultural algunos valores de lo verdadero y lo esencial.
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