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Un mundo mujer
Para mí todos son los días de la mujer trabajadora. Porque no conozco mujer sana que al menos no se ocupe de sí misma. La inmensa mayoría lo hacen también de los otros, con gusto. A la mujer le gusta cuidar. La hembra es instintivamente trabajadora. También culturalmente. Desde que es apenas una niña ya está ayudando en la casa a la madre. Se lo piden más que a los varoncitos, todavía. Pero, además, la hembra humana pronto tiene que cuidar de su hermosa fábrica de hacer niños. Pronto sabe de sangre buena y dolor de entrañas. Sabe sin haberlo estudiado que su cuerpo será cuna de humano. De humanidad. Amo a las mujeres. Estoy rodeada de ellas: madres, abuelas, hermanas, trabajadoras de todas las profesiones. Seres incansables llenos de soledad y compasión. Hay tanta mujer sin hombre. Porque ellos no han llegado a su altura, andan abrazados a un pasado arcaico, se hacen dependientes y siguen teniendo en sus neuronas la impronta de la guerra. Los hombres miran para fuera, tanto, tanto que pierden la empatía, que alzan los puños. Es verdad que hay algunos que han decidido crecer a costa de lo que sea, de que les llamen tontos o mariquitas, de renunciar a un poder que ya no quieren. Es cierto. Pero todavía son minoría, una trascendental minoría. Necesitamos un mundo hembra, hacia ese lado hemos de transformarlo. Un mundo sin soldados, ni armas, ni ambiciones de poder o territorio, sin guerras, sin damas de hierro. Yo quiero un mundo útero en el que todos seamos madres. Y cuidemos del otro. Será de colores y entusiasmo. Tendrá canciones, muchos niños, jardines, lágrimas… Será un mundo con olor a beso.
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