Novela

Loza en el fregadero

La Razón
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En el poco tiempo que llevo metido en Facebook me he dado cuenta de la necesidad que mucha gente tiene de sincerarse y de la facilidad con la que se conmueven todas esas personas con las que probablemente nunca hablarías si coincidieses con ellas en la barra de un bar. Puede que haya mentes criminales al acecho de incautos, pero por lo general me he encontrado a toda esa maravillosa gente corriente a la que se le amontonan los sueños incumplidos y los recibos sin pagar, hombres y mujeres ansiosos por despertar con la agradable sensación de que alguien dejó una flor en su mano mientras dormían. He conocido en Facebook a gente metódica, incluso fría, que aprovecha para divulgar sus productos pensando en hacer negocio, tipos solitarios y fugitivos que intentan dar en el ciberespacio el último tumbo desesperado de una vida desigual y siempre complicada, y sobre todo, hombres y mujeres que ya no se resignan a que su vida sea, como hasta ahora, una sucesión de rutina y de tristeza mientras sus hijos crecen, el cutis se arruga como ropa y en el fregadero ya hace tiempo que falta la otra taza del café. Estas cosas ocurren sobre todo de madrugada, en ese momento en el que el cansancio se convierte con facilidad en franqueza y la posibilidad de acertar en el corazón de alguien no es en absoluto tan sorprendente como pudiera parecer. Hay tanta soledad en Facebook, amigo mío, y tanta angustia, que puedes sentir los gritos de dolor sin saber muy bien de dónde vienen, como un cazador que sin querer hubiese herido a una liebre mientras le disparaba sin intención a la maleza. También he visto mala sintaxis y poca ortografía en Facebook, pero, ¡qué demonios!, todo sirve en nombre de la bendita y entusiasta desesperación de toda esa gente aferrada al silencio sin importarle el prurito de la gramática, entre otras razones, porque la sinceridad no se fija en esas mariconadas. Con independencia de la técnica con la que se expresen, los sentimientos siempre surten algún efecto, igual que siempre caen de pie las bolas que brincan fuera de la mesa del billar. Yo dedico una parte de mi tiempo a mis amigos de Facebook y los he ido conociendo bien. A veces se me amontona la gente en el chat y se me hace difícil jugar simultáneamente con tantas conversaciones, pero al borde del cansancio y con los nervios a punto de estallar, me retiro a dormir con la agradable sensación de haber regalado al pasar unas cuantas flores en las manos de tanta gente arrodillada por la vida y vencida por el sueño. Entonces dejo en suspenso el cursor, prendo el último cigarrillo y pienso que acaso también esta noche mis frases hayan servido para que la solitaria mujer que sufre al otro lado de la pantalla deje para otro momento su idea de suicidarse saltando al vacío por tres ventanas a la vez. (A Vane Herreros, por ayudar a cerrar las mías).