Londres
La resurrección de las víctimas
Era una noche cerrada. El invierno era duro en Belfast. Y no sólo porque el sol desaparecía a las cuatro de la tarde sino porque las únicas luces que alumbraban luego la ciudad eran las de las bombas y ametralladoras.
Diciembre de 1972. Irlanda del Norte ya está inmersa en los «Troubles». Católicos y protestantes se quitan la vida. Los unos, luchando por una isla sin fronteras con el sur, los otros, defendiendo la corona británica.
No era precisamente la mejor época para criar hijos, pero Jean McConville tenía diez a su cargo. Los cuidaba sola. Su marido Arthur había muerto de cáncer tan sólo unos meses antes. Estaba preparando la cena cuando cuatro mujeres y ocho hombres encapuchados irrumpieron en su casa. La hicieron coger su bolso y su abrigo y la metieron en un coche. Fue la última vez que se la vio con vida.
Jean McConville fue la única mujer cuyo cuerpo el IRA hizo desaparecer de la faz de la tierra. No fue hasta 2003 cuando sus restos fueron descubiertos accidentalmente en la playa de Shelling Hill. Tenía los huesos rotos, los dedos amputados y un tiro en la nunca. El paraje donde fue enterrada pertenece al condado de Louth. El mismo donde Gerry Adams, el hombre al que señalan como responsable de aquel asesinato, acaba de ganar un escaño para el Dail. Una vez que ha dejado al Sinn Fein en coalición con los unionistas en la Asamblea de Belfast, el político ha puesto su objetivo en la república para conseguir su gran sueño: ver algún día una única Irlanda.
En busca de la verdad
Han pasado casi cuatro décadas desde la desaparición de Jean. Los norirlandeses han vivido un proceso de paz y han sido testigos de cómo dos de los terroristas más sangrientos del IRA han culpado a Adams de aquel episodio. Pero a día de hoy ni él ni nadie ha sido llevado ante la Justicia para rendir cuentas. «Sé que fue él. No quiero su dinero, no quiero nada. Sólo que diga la verdad. Y no pararé hasta conseguirlo».
Helen McKendry acaparó las portadas de los periódicos al intentar boicotear la campaña del Sinn Fein durante las elecciones de la República de Irlanda. Su batalla empezó hace años aunque no pudo alzar la voz de verdad hasta 1994, cuando el IRA por fin declaró el alto el fuego. Entonces Helen rompió su silencio y gritó bien alto el nombre de su madre.
Helen sólo tenía 15 años cuando el grupo encapuchado entró aquella noche en su casa. Ella estaba en la tienda, comprando. Cuando regresó, se encontró a sus hermanos aterrados. «Se han llevado a mamá».
No se atrevieron a pedir ayuda. Pensaban que si decían algo a la Policía o algún vecino sería peor. Pasó un día, y luego otro, y luego otro. Su hermano de 16 años no aguantó la presión y se fue a vivir con su abuela. Su otro hermano de 17 años estaba en prisión, arrestado simplemente por el hecho de ser católico y su hermana mayor, de 19 años, estaba hospitalizada por problemas de salud mental.
Así que Helen, con sólo 15 años, se quedó a cargo de la familia. «No queríamos que nos separaran. Durante cinco semanas sobrevivimos como pudimos completamente solos. Nuestros amigos nos traían a escondidas comida sin que se enteraran sus padres porque ningún adulto quería meterse en problemas», cuenta Helen a este periódico. El bloque de pisos Divis Tower donde vivían, situado en el enclave católico de Falls Road, era un auténtico campo de batalla. El IRA desvalijaba los apartamentos a su antojo y los utilizaba como centro de sus operaciones contra el Ejército británico. Todo lo que pasaba en aquellos pasillos llegaba de una forma u otra a oídos de la banda.
Los vecinos por tanto no podían arriesgarse a ayudar a aquellos huérfanos. Además, Jean nunca gozó de buena reputación en el barrio. La gente desconfiaba de ella. Su pecado: nacer en una familia protestante y enamorarse de un católico. Arthur era soldado del Ejército británico, pero su fe pertenecía a la Iglesia de Roma. «Mi padre se metió en el Ejército por tradición familiar, no por convicciones políticas o religiosas», explica Helen.
Rechazados en ambos lados
El matrimonio nunca fue aceptado en ninguna de las dos comunidades y durante años deambuló de un sitio a otro en busca de un hogar para sus hijos. En los pisos de Divis sólo llevaban viviendo unos meses cuando a Jean se la llevaron. Durante 27 años el IRA mantuvo que no tenía nada que ver con su asesinato. Cuando finalmente confesó, alegó que Jean era una espía. «Mi madre era inocente. Si hubiera sido una espía habrían dejado su cuerpo en la calle a modo de advertencia como hacían con otras mujeres. Pero ella no era una espía. A mi madre la asesinaron por ayudar a un soldado que cayó herido delante de mi casa. Eso fue lo que le costó la vida», asegura su hija.
Helen recuerda bien aquel día. El militar estaba malherido y Jean salió a socorrerle. Uno de sus hijos le advirtió que no hiciera nada, que aquello estaba prohibido. Ella le respondió: «No se puede juzgar o dejar morir a una persona por su uniforme». Aquellas palabras se le quedaron grabadas. Pasaron tres semanas desde la desaparición de su madre cuando un hombre llamó a la puerta. Le devolvió su bolso, con los 52 peniques aún en el monedero, y los tres anillos que ella siempre llevaba en la mano. Aún en ese momento, Helen McKendry no perdió la esperanza de verla algún día con vida.
De alguna manera, aquel día empezó su particular batalla, una batalla en la que ninguno de sus hermanos ha querido participar y ayudarla. Cada uno rehizo su vida como pudo por caminos separados. A la pesadilla de quedarse huérfanos se sumaron los abusos de todo tipo a los que fueron sometidos en los orfanatos. La mayoría encontraron en las drogas y el alcohol la válvula de escape para olvidar.
Familia rota
Uno de los más pequeños fue incluso acogido en las filas del IRA. La voz de Helen se quiebra cuando se pone el tema sobre la mesa. «Es bastante doloroso pensar que uno de tus hermanos participó en el mismo grupo que asesinó a tu madre, así que no quiero pensar en ello. No sé si es cierto o no, aunque aquí todos nos conocemos y todo se sabe». Cuando cumplió los 16 años, ella consiguió escapar de la casa de acogida donde estaba. Conoció al amor de su vida, Seamus, el que es hoy su marido. Juntos empezaron en 1995 una campaña para recuperar los cuerpos de los «desaparecidos». Hasta ahora han sido encontrados nueve, incluyendo el de su madre.
En 2006, la baronesa Nuala O'Loan, la defensora del pueblo de la provincia en materia policial, dictaminó que Jean McConville nunca había sido un espía. «Fue una mujer inocente, secuestrada y asesinada», matizó. El año pasado, la división de la nueva Policía de Irlanda del Norte que investiga los crímenes cometidos durante los llamados «Troubles» contactó con Helen para informarla de que estaban investigando el caso de Jean. Mientras espera una segunda llamada que le confirme quién fue el asesino, quiere disfrutar de su nueva vida en el campo, donde ve crecer a sus nietos jugando con otros niños católicos y protestantes en el mismo parque.
El silencio de Gerry Adams
«Sólo hay un hombre que ordenó ejecutar a esa mujer y ese hombre es hoy el líder del Sinn Fein. (…) Yo nunca llevaba a cabo una operación sin el «ok» de Gerry. Para él, sentarse en su oficina de Westminster o Stormont o donde quiera que sea y negarlo, es como si Hitler negara el Holocausto». Las confesiones son de Brendan Hughes. Apodado como «El oscuro», fue un alto cargo del IRA durante la época del conflicto. Concedió unas entrevistas al periodista Ed Moloney con la condición de que sólo salieran a la luz después de su muerte. Éste cumplió su promesa y no fue hasta 2010 cuando publicó el libro «Voces desde la tumba».
La relación de Hughes con Adams es de sobra conocida, pero sus caminos se separaron en los 90. La publicación del libro supuso un auténtico bombazo informativo. Para Helen McKendry, lo único que hizo fue corroborar sus teorías. Pero, aún hoy, Adams sostiene que las acusaciones son «maliciosas, ofensivas, inciertas y profundamente molestas». El político siempre ha negado ser miembro del IRA. Algunos lo consideran un asesino. Otros le ven como uno de los hombres que hizo posible la paz en el Ulster.
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