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Nueva York

La edad dorada de la ciencia española

El CDN homenajea a Ramón y Cajal, Ochoa, Millares y su generación en «La colmena científica o el Café de Negrín»

«La colmena científica o el Café de Negrín» también reivindica la figura de José Moreno Villa
«La colmena científica o el Café de Negrín» también reivindica la figura de José Moreno Villalarazon

Corría el año 1925 cuando un joven investigador llegó a la Residencia de Estudiantes, donde trabajó en el equipo del consagrado científico Juan Negrín. Su nombre: Severo Ochoa. Fue una de las muchas mentes brillantes que compartieron años de estudio, investigación, vivencias y amistad en una etapa única y, probablemente, irrepetible de la vida cultural y científica española, los años dorados de la Residencia de Estudiantes. Hasta ahora se había escrito mucho de los tres «estrellones» de la institución madrileña: Buñuel, Lorca y Dalí. Pero en el terreno científico coincidió una generación única cuya historia común no ha sido apenas explotada en cine o teatro: Ochoa, Santiago Ramón y Cajal, Justa Freire, José Moreno Villa, Ángel Llorca... Para celebrar el centenario de su existencia, la institución coproduce con el Centro Dramático Nacional «La colmena científica o el Café de Negrín», un estreno que lleva la firma de dos más que solventes hombres de nuestro teatro: la autoría de José Ramón Fernández («Las manos», «Nina», «La tierra»...) y la dirección de Ernesto Caballero («Auto», «La tortuga de Darwin», «Las visitas deberían estar prohibidas por el Código Penal»...).

Frente al reto de hacer apasionantes para el espectador a «tipos que se dedicaron a estar todo el día delante del microscopio», Fernández recurre a la aplastante fuerza de la historia. «El Laboratorio Fisiológico de la Residencia se convirtió en el centro de reunión de un grupo de gente muy diferente. Y la realidad te ayuda a la hora de escribir: la relación entre Negrín y Ochoa es casi de novela. Comienza siendo de devoción hacia el maestro por parte de Ochoa, y éste le correspondía con respeto. Ochoa llega a decir que es para él "el padre que no ha tenido"». Sin embargo, llegados los años 30, se produjo un desencanto, una ruptura entre ambos. Pero, cuenta el dramaturgo, «era una historia demasiado hermosa para que acabase con esa amargura. Investigando me encontré con una escena muy bella, que es como comienza la obra: un reencuentro entre ambos en Nueva York, con un abrazo, en 1946, del que da testimonio una postal. Me parecía un bello hilo argumental para lo que quería contar».

Y lo que quería contar no es sino el retrato, muy humano, de «gente que hablaba de ciencias con pasión, pero también de literatura, de la exposición de Patinir en el Prado o de cine». Por eso no es extraño que en la obra se los vea cantar y bailar: «El ambiente del Laboratorio era joven, era un grupo de personas que disfrutaban la ciencia como una fiesta, algo vivo, no algo lúgubre». Los históricos personajes llevan los rostros de José Luis Esteban, David Luque, Lola Manzano, Paco Ochoa, Iñaki Rikarte y Pedro Ocaña. «Eran gente normal y joven. David Luque me decía: tengo la edad que tenía Negrín a mitad de la obra». Y es que el devenir teatral arranca en 1946, pero a través de los recuerdos de Moreno Villa, que evoca el pasado al ver la foto del abrazo de Ochoa y Negrín, viaja a cuatro momentos históricos: 1927, 1929, 1931 y 1936. Cada uno, explica Fernández, tiene su razón de ser: «El primero, por el significado que tiene la Generación del 27. El segundo, porque es cuando se rodó una película muda alucinante, "¿Qué es España?", un documental que para mí ha sido un objeto mágico. No tanto porque retratara qué era España, sino porque planteaba la pregunta: ¿qué es lo que queremos ser? Esa propuesta de una nación en la que la ciencia es un pilar para el progreso social es para mí todavía un modelo válido». 1931, explica Fernández, está elegido al ser el año en que se proclama la República. «Eso me permitía incluir dos cosas importantes: a Unamuno, una persona clave en la vida de la Residencia que hasta entonces estaba en el exilio, y una conferencia básica que se produce dos años después sobre el porvenir de la cultura en la Sociedad de Naciones». Por fin, 1936 tenía que estar. Es, claro, el alzamiento y el comienzo de la guerra. Pero también el fin de la Residencia. «Además es el año del último encuentro de Negrín y Ochoa en España». La obra, de paso, reivindica al propio Moreno Villa, convertido en eje de la narración: «Es ese tipo con bigote y pajarita que sale en casi todas las fotos y que mucha gente no sabe quién es, pero era un gran científico», recuerda el autor.