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Por un Gobierno fuerte

La Razón
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Cumplido el tiempo de los candidatos, tras una interminable campaña electoral que de hecho empezó en julio, cuando Zapatero anunció el adelanto de los comicios, les corresponde ahora a los ciudadanos elegir de entre todos ellos al que debe gobernar durante los próximos cuatro años. Estas elecciones generales, sin embargo, no se presentan como las anteriores. Llegan zarandeadas por turbulencias financieras excepcionales, en medio de una crisis económica sin parangón en los últimos 50 años y condicionadas por un mercado laboral con cinco millones de parados. Ayer mismo, la prima de riesgo que penaliza nuestra deuda soberana alcanzó la cifra récord de los 524 puntos, lo que pone de manifiesto nuestra fragilidad ante los mercados y la acelerada pérdida de confianza en nuestro futuro. La encrucijada es dramática. Sería una irresponsabilidad maquillarla o relativizar su gravedad. Sólo cabe enfrentarla con decisión, con ideas claras y con transparencia. Ni que decir tiene que no existen recetas milagrosas y que ninguno de los candidatos posee la varita mágica que la resuelva en un pispás. Pero eso no significa que todos los partidos ni todos los programas sean igual de creíbles o fiables. De las opciones que se le ofrecen al votante, sólo la del PP y la del PSOE tienen posibilidades de ser mayoritarias, como viene sucediendo invariablemente. De un lado se sitúa la oferta socialista, que arrastra la gestión de estos cuatro años y cuyos resultados están a la vista de todos, por lo que no es menester prodigarse en comentarios. Del otro lado, se presenta el programa del PP que, a tenor de los pronósticos de todas las encuestas, sin excepción, parte como claro favorito. De confirmarse tales previsiones, será el partido que lidera Mariano Rajoy el que se eche a la espalda el fardo del gobierno de un país a punto de ser rescatado. Sería la segunda vez que el PP se enfrente a una situación parecida. Ya lo hizo en 1996, cuando el Gobierno socialista de González dejó en herencia a José María Aznar una nación en quiebra y a una distancia sideral de Europa. Pero el presidente popular logró sacar a España adelante, integrarla en el euro y colocarla entre las economías más pujantes del mundo. En cualquiera de las hipótesis, gane el PSOE o lo haga el PP, el Gobierno que salga mañana de las urnas también se apresta a recibir un legado ruinoso. No lo tendrá nada fácil. Más aún, le resultará casi imposible gestionar con éxito si no cuenta con mayoría absoluta en las Cortes. Sin un Ejecutivo fuerte, España no saldrá del túnel con la celeridad necesaria. Sin un Gobierno libre de las oportunistas ataduras nacionalistas, no habrá seguridad en la recuperación. Sin un Gobierno sólido, en fin, será imposible recuperar la confianza de los mercados y de nuestros socios europeos. No cabe duda de que no es igual que repitan los socialistas o que sean los populares los que asuman esa tarea, pero tan importante como el color del Gobierno es su capacidad de hacer reformas y de tomar decisiones sin hipotecas ni debilidades. Mañana, los españoles no sólo nos jugamos un simple cambio de gobernantes al frente de la nación, sino también la prosperidad de la próxima década.