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Es bueno trabajar

La Razón
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Marxistas y liberales coinciden en algo: son productivistas, dan una enorme importancia al trabajo. Los liberales creen que el bien del mercado coincide invariablemente con el bien común y que el mercado «siempre dice la verdad», mientras los marxistas no entienden al mercado, de hecho lo detestan, y por eso fracasan en la producción y distribución de bienes (ejemplos ilustrativos: la ex Unión Soviética versus China). Marxismo y liberalismo –más o menos puros o en distintas gradaciones, corrupciones y/o deformaciones– se reparten buena parte del mundo y sus sistemas económicos. Los países islámicos, tantas veces alineados con las tesis marxistas en un frente común anticapitalista, o antioccidental, no dan demasiada importancia al trabajo; es la religión la que ocupa ese espacio vertebral de la existencia que, en Occidente, llena el trabajo. Quizás por eso también fallan a la hora de ofrecer ocupación a toda la mano de obra de que disponen: sus índices de desempleo suelen ser muy altos (si el petróleo no lo impide). ¿Otorgamos demasiado valor al trabajo en Occidente? ¿Sería mejor vivir una vida sin ocupación, sin oficio (ni beneficio), sin actividad alguna, una existencia de eterno reposo…? El profesor Roger B. Hill aseguraba en un estudio que la dignidad que concedemos hoy a la idea del trabajo es un concepto muy reciente, algo que surgió hace poco tiempo, probablemente a mediados del siglo XIX, en plena Revolución Industrial y que, hasta entonces, eso de trabajar era considerado sin duda humillante, degradante, y estaba asociado a la bajeza de la condición social de quien se veía obligado a hacerlo. ¿Nos quedará muy en el fondo del inconsciente colectivo, de nuestra memoria histórica de imperio venido a menos, una pizca automática, instintiva, de ese ancestral y casi natural repudio al trabajo? ¿Sentiremos la melancolía de una vida salvaje en la que sólo nos ocuparíamos de las artes corrientes propias de los carnívoros e ictiófagos? ¿Vemos el trabajo como bendición y oportunidad o como la maldición bíblica que supone aquello de «ganarás el pan con el sudor de tu frente»…? Quizás mientras los católicos hacemos énfasis en esa fatal condenación que es el trabajo, y nos pasamos la vida lamentándola, los protestantes aprovechan el castigo para hacer negocio: ¡incluso se inventaron la dichosa Revolución Industrial! En fin. ¿Es bueno el trabajo? No sé. Sí parece que en España empieza a convertirse en un bien. Por lo escaso.