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La cultura del desafío
El pifostio celeste de los controladores aéreos cobra un carácter extraordinariamente sangrante en el marco incomparable de la crisis económica, los cinco millones de parados y la imagen que estamos tratando de quitarnos inútilmente de país inestable.
La pregunta que hay que hacerse es qué les ha hecho pensar a los miembros de ese colectivo laboral que se podía hacer una cosa así y quedar impunes y ser comprendidos por sectores amplios de la sociedad. ¿De dónde les viene semejante error de percepción que les impidió medir las consecuencias de su huelga?
Pues viene de una cultura del desafío al Estado que ha arraigado demasiado en nuestra tierra –y en el aire por lo que se ve–, a la cual ha contribuido impagablemente el propio zapaterismo viendo en ella todo un valor democrático. Llevamos tres décadas oyendo a ciertos colectivos amenazar con romper algo; cuando no eran Arzalluz o Ibarretxe eran Carod-Rovira y Montilla.
Más allá de esta aéreo bronca, de este estado de alarma –que, de haber sido decretado por Aznar, habría sido comparado con los estados de excepción franquistas–, contra lo que hay que luchar aquí no es contra un gremio profesional sino contra esa cultura de la insubordinación y el sabotaje que han jaleado los mismos socialistas que ahora han perdido los nervios y que no piden ayuda a la cabra de la Legión porque no vuela.
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