Pekín
El «jazmín árabe» asusta a China
Para pedir reformas, los chinos quedan en las calles más transitadas y pasean de arriba a abajo, sin pancartas ni gritos. Pero el Gobierno reprime también estas protestas con una masiva presencia policial
En horas punta, en la estación norte de Pekín y aledaños se concentran cerca de medio millón de chinos. Se abren paso, a empujones, en una de las tantas aglomeraciones cotidianas de las grandes ciudades. En el gigante asiático viven, apretados, uno de cada cinco habitantes del planeta, y cualquier dato demográfico viene con un mínimo seis ceros. Por eso, una agrupación silenciosa de pocas decenas de personas resulta insignificante y tiende a pasar desapercibida. A no ser que el motivo de la cita sea pedir reformas políticas, incitar un levantamiento popular inspirado en la «revolución Jazmín» y encender la mecha de la «primavera democrática» que arde estos días en los países árabes y del norte de África. En este caso, la cosa cambia; y el Gobierno chino se ha esforzado en dejarlo bien claro.
Reaccionando de manera desproporcionada a una serie de convocatorias «on-line» a las que acudieron más policías que manifestantes, el régimen ha lanzado una campaña de control y represión como no se recordaba: ha apretado las tuercas de la censura (sobre todo en internet, donde han llegado a bloquear palabras como «Egipto» o «jazmín»), ha agredido y amenazado a decenas de periodistas extranjeros acreditados en el país, ha detenido a potenciales manifestantes y ha desplegado a miles de agentes en uniforme, de paisano e incluso disfrazados. Pero, ¿a qué le tiene miedo la dictadura más sofisticada y mejor engranada del planeta, que sostiene ya la segunda economía mundial? ¿Qué teme un Partido Comunista que se enorgullece de estar afinando un modelo social y económico capaz de competir con las democracias occidentales?
Persecución
En el reservado de un restaurante junto al Lago Houhai, el abogado Zhang Zhiqiang está preocupado por si alguien nos sigue. «Ayer estuvieron detrás de mí. La Policía me llamó el viernes y hoy me ha vuelto a llamar para pedirme que no tome parte en las protestas. La situación es mucho más seria que nunca por la ola expansiva de la revolución jazmín, que coincide con la reunión anual de la Asamblea Nacional (Parlamento chino)», comenta esta voz crítica, que no se siente un «activista». Zhang se presenta como uno de los escasos abogados dispuestos a defender a los perseguidos o damnificados por los abusos del régimen. Bajando el tono de voz, asegura que en los últimos días han detenido a 20 amigos. No sabe dónde están: «No somos activistas y no estamos organizados. Somos sólo un grupo de gente que queremos cambios», insiste, opinando que todas las convocatorias que han aparecido son espontáneas.
Zhang asegura que él y sus amigos no han participado en las protestas porque sería contraproducente. «No sé quién habrá ido, pero creo que grupos muy reducidos. No es el momento. Somos más útiles libres que en la cárcel». Desde que las revueltas triunfaron en Túnez, el «activismo pekinés» (una minoría de intelectuales sin tirón) ha centrado sus esfuerzos en internet. «Hemos colgado información sobre Egipto y convocatorias de falsas manifestaciones para tener a la Policía entretenida», comenta otro de ellos, que escoge el anonimato y que añade que «con su reacción desproporcionada, el Gobierno demuestra que no tienen confianza en su propio sistema y es consciente de los problemas».
Y es cierto que estos días en la Red china la actividad política ha aumentado: a pesar de los esfuerzos redoblados de la censura, no es difícil encontrar comentarios, blogs y análisis que comparan China con el mundo árabe, preguntándose si no ha llegado el momento de pedir reformas en la calle o, directamente, de quitarse de encima al Partido Comunista.
Pero volvamos a los hechos. Hace tres semanas, una página web en Estados Unidos, censurada y desconocida en el país asiático (www.boxun.com), convocó concentraciones silenciosas en las principales ciudades, inspirándose en los ejemplos árabes. No se trataba de manifestaciones al uso (resulta suicida) sino en «paseos de protesta»: un formato con cierta tradición aquí que consiste en deambular por un determinado lugar y en un determinado momento. Sin más. Para llamar todavía menos la atención, se escogieron como escenarios algunos de los lugares más transitados de las respectivas metrópolis, como la calle comercial de Wangfujing. Para entendernos, la equivalencia sería pasear un domingo en hora punta por Callao, en Madrid, calle arriba y abajo, sin gritar eslóganes ni mostrar pancartas.
Barrenderos como policías
La idea era «sembrar una semilla» y ver cómo reaccionaba el Gobierno. A la cita acudieron cientos de policías, algunos de paisano y periodistas extranjeros. Entre medias, y sin que quedase claro quién estaba manifestándose y quién curioseando, transitaron cientos de chinos. Hubo alguna detención, algún enfrentamiento violento contra los reporteros, y la constatación de que una mayoría de la población ni había oído hablar de la marcha.
A las pocas horas, desde la misma web, se pidió que la protesta continuase «cada domingo» y en los mismos lugares. La semana pasada volvió a repetirse. La Policía acordonó varias manzanas, impidiendo la entrada a miles de personas, la mayoría de las cuales no entendían lo que estaba ocurriendo. También taponaron varios accesos de centros comerciales con salida a Wangfujing, improvisaron andamios de construcción en plena calle, grabaron con cámaras a los viandantes y desplegaron una extravagante e hiperactiva legión de barrenderos municipales conectados con pinganillos y sospechosamente preocupados por la actitud de la gente: «servicios especiales» de limpieza que interrumpían con sus frenéticas escobas a quien quisiera acercarse, o documentar, unas protestas que, si no fuera por la parafernalia policial, no hubiera resultado posible localizar.
Decenas de reporteros extranjeros, la única presencia reconocible por la Policía, fueron retenidos, algunos con relativa violencia, empleada sobre todo contra los cámaras televisivos. Algunos, incluidos varios españoles, han sido llamados al orden por la Policía posteriormente, acusados de «participar» en las protestas y amenazados con «castigos» si vuelven a acercarse por la calles en cuestión, que ahora quedan vetadas a la prensa.
Más presión social
El profesor Zhang Ming, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Pueblo y otra de las escasas voces críticas dentro de China, cree que «la ansiedad del Gobierno es evidente porque muchos de los problemas de los países árabes los tiene también China». Entre otros, Zhang cita la corrupción y la desigualdad social, donde el gigante asiático ha superado a Egipto, al menos según los listados de Transparencia Internacional y el coeficiente Gini. «También es cierto», matiza el profesor, «que hay diferencias: China es un país mucho más grande y su Gobierno es más fuerte. Aquí sería necesaria una presión social mucho más potente para una revolución».
Por el momento nadie cree que vaya a suceder nada. Incluso el abogado Zhang Zhiqiang es consciente de que la mayoría de la población no quiere un cambio. Dice que incluso entre aquellos que sí lo buscan («que son más de lo que parece»), sólo una diminuta minoría está dispuesta a hacer sacrificios. «En Pekín hay más de 10.000 abogados y sólo 50 aceptamos defender a gente con problemas con las autoridades», recuerda con tristeza. «Luego están esos millones, sobre todo en el campo, que siguen contentos por la fase de crecimiento. Sienten que la vida es mejor que antes».
La esperanza del abogado y de sus amigos es que la mentalidad de la población china cambie, aunque sea lentamente. «Cada vez más gente quiere algo mejor, incluso dentro del Partido, y además los problemas sociales son más graves», y enumera la lista de las fuentes de descontento: los precios de la viviendas, la burbuja inmobiliaria, la inflación alimentaria, los campesinos que pierden sus tierras, la corrupción, el desempleo, la falta de seguro médico, la «falta de mujeres» provocada por el hecho de que nacen 117 hombres por cada 100 mujeres por el aborto selectivo.
Protestas sin libertad
Muchos creen que los chinos nunca se levantarán contra el Partido por la mentalidad conservadora de su cultura confuciana, más preocupada por la estabilidad y la prosperidad económica que por la libertad. También se cita el peso de las traumáticas experiencias revolucionarias que han tenido a lo largo del siglo XX, empezando por el propio maoísmo y siguiendo por la revuelta estudiantil de 1989, zanjada con los tanques en Tiananmen. «Pero como todos los pueblos del mundo, los chinos puede estallar. Personalmente creo que si el Gobierno no toma partido e inicia reformas a medio plazo, es bastante posible que vivamos para ver aquí algo parecido a lo de Egipto», concluye el profesor Zhang. A lo largo de 2008, en toda China se produjeron 127.000 protestas, algunas extremadamente violentas, en las que participaron 12 millones de ciudadanos. Todas por cuestiones concretas y en ninguna se escucharon palabras como «libertad» o «democracia».
La presencia casual del embajador americano
El pasado domingo 20 de febrero, en medio a la discreta manifestación que tuvo lugar en Pekín frente al McDonalds de la avenida Wangfujing, alguien reconoció el rostro del embajador de Estados Unidos en China, John Huntsman, acompañado de su familia y ataviado con unas gafas de sol y una chupa negra, adornada con las barras y estrellas. Le acusaron en el acto de estar instigando las protestas, algo que él ha negado, insistiendo en que «pasaba por allí casualmente». Su presencia fue grabada y en la red puede verse. Hay quien lo presenta como prueba irrefutable de que Washington está detrás de las convocatorias, «para hundir a China».A Huntsman, un político mormón que habla un mandarín fluido, le queda muy poco como embajador. Presentó su renuncia en junio y se rumorea que está preparando una candidatura a la Casa Blanca para 2012, con el Partido Republicano.
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