Nueva York
Jesús López Cobos: «Nadie me ha explicado mi salida»
«Simón Boccanegra» será la última partitura que dirija el maestro en el Real. Poco antes, repasa con LA RAZÓN su polémica salida del teatro y la llegada de Mortier
Hay silencios más expresivos que un titular a cinco columnas. Nadie comunicó a Jesús López Cobos que ya no contaban con él como director musical del Teatro Real, pero supo que estaban negociando con Lissner y decidió él mismo presentar su renuncia a renovar su contrato. Ahora, que prepara su última producción en la Plaza de Oriente, recibe a LA RAZÓN para hacer balance de una etapa. Se resistió a volver a tener un cargo en España después de la mala experiencia al frente de la Orquesta Nacional de España y más de veinte años después ha constatado que hay cosas que nunca cambian. -«Simon Boccanegra» es un broche de oro a su etapa en el Real. -Se trata de una de las primeras óperas de Verdi que dirigí en mi vida.Se la consideraba una cenicienta, porque no tiene arias más allá de la del tenor o porque la intriga es muy complicada. Quizá por todos estos motivos, aquel Verdi joven no tuvo ningún éxito. Él creía en esta obra y 28 años más tarde la rehizo. Eso la hace especial: es de juventud, pero posee toda la madurez. -Y además será interpretada por Plácido Domingo después del paseo triunfal que ha tenido por el mundo. A estas alturas de su carrera, ¿Domingo se deja dirigir? -Al revés, no hay nada más fácil que dirigirlo. Como él también es batuta, está al tanto de todos los problemas. Y llevo 40 años trabajando con él. -Supondrá, por fin, el debut escénico de Angela Gheorghiu en Madrid, con quien protagonizó hace poco un concierto muy aplaudido. -El papel le va perfecto a su voz. Me hace ilusión que cante en mi despedida, ya que no pudo hacerlo en mi debut con «La traviata». -Hablando de aquella primera ópera, ¿cómo encontró a la Orquesta Sinfónica de Madrid entonces y dónde cree que la deja? -Eso lo deberían decir los demás. Creo que hallé una orquesta pequeña, pues apenas tenía 80 miembros. Sobre todo, dejo una formación renovada: han entrado 32 nuevos músicos, tras una selección lenta y tranquila. No ha habido ningún trauma. Aún está en evolución, tiene mucho trabajo por hacer y mucho potencial. -Usted constató que había inquietud en los músicos porque Mortier haya decidido que no tengan un director estable. -La orquesta está preocupada. Creo que no es acertada la decisión, pues una formación así requiere un responsable para lo bueno y para lo malo. La Sinfónica de Madrid tiene 106 años de existencia y siempre tuvo un director titular. -Además de la satisfacción con la orquesta, ¿cuál es el momento más memorable que ha vivido en el foso del Real? -De esta etapa destacaría la que acaba de terminar, «La ciudad muerta». La producción en la que me he sentido más feliz fue «Diálogo de carmelitas», de Poulenc. Porque se dio todo: la puesta en escena, los cantantes, la intervención de la orquesta... -¿Ser director titular en Madrid es una cuestión más política que en Berlín, por ejemplo? -Totalmente. En la Ópera de Berlín estuve 19 años, 10 como titular, y el intendente que entró conmigo aguantó 21. En ese tiempo no sólo cambiaron los grupos políticos, cambió el país, pues se cayó el Muro. En ningún momento hubo injerencias políticas. Lo contrario es el mal endémico de los países latinos. Las cuentas en el Real son claras: se reabrió hace 13 años y van por el cuarto director artístico. -Por eso mismo, se echó de menos que reaccionara cuando echaron a Sagi. -No surgió porque yo estaba convencido de que el teatro necesitaba a alguien dedicado cien por cien a la casa. Y Emilio es un gran director de escena que no quería renunciar a su profesión. Pregúntele a Antonio Moral si ha tenido tiempo de hacer otras cosas... Yo quería una estabilidad que no se ha conseguido, pues Moral no ha llegado a cinco años y sólo ha podido programar tres. -Es curioso el trato de España a sus hijos célebres. Recibió el Príncipe de Asturias en los 80, pero ha tenido que dejar sus cargos públicos, en la ONE y en el Real, de manera poco elegante. -Las instituciones que están en el candelero se usan de forma política. Sabía perfectamente a lo que venía. Cuando dejé la ONE prometí no volver a dirigir en mi país; de hecho, ni entré aquí desde el 88 al 98, salí así de dolido. Si volví fue por razones emotivas, pues pasé toda mi infancia en este teatro. Ahora no me arrepiento, ha sido una satisfacción constante. En lo demás, me he llevado muchas decepciones, especialmente con el coro. Vine con el propósito de dejar los conjuntos del teatro estables y ni lo uno ni lo otro: el coro será nuevo el año que viene y la orquesta tiene un contrato temporal, no lo olvidemos. No me parece serio. -¿Le quedan ganas de volver al foso del Real para dirigir una ópera? -Ninguna. -Tampoco se lo han propuesto. -Aunque me lo propusieran. Si uno se va de un sitio porque le han hecho ver que no interesa, es absurdo volver. -Anímicamente, ha debido ser el año más duro. -No, porque sabía que no iba a terminar por las buenas. Mi país ha sido el único sitio donde no he terminado normalmente. Cuando hablan de hacer un teatro referencia –en alusión a Marañón– les digo que se fijen en el Metropolitan, Covent Garden, Scala, y vean la estabilidad que han tenido en cuanto intendentes y directores musicales. -¿Tiene la sensación de que con Mortier han cambiado la estabilidad por la repercusión mediática? -Puede ser. Sabemos que Mortier vino porque se quedó libre tras el fracaso de Nueva York. -¿Nadie de Cultura le ha explicado por qué le abrieron la puerta? -No, no he tenido contacto con nadie de la Fundación del teatro. -Otro tema es el público. Usted dice que en Madrid no hay tradición de ópera. -Cada año esa tradición se va haciendo. No es el mismo público que el de hace 15 años. Ahora se aplaude más y hay más entusiasmo. -Se le ha aplaudido más este año que ningún otro. -Quizá porque sabían que me iba.
UN HINCHA DE ESPAÑA Y ALEMANIADice que en el futuro no quiere unirse a ninguna orquesta: «Ese aspecto está clausurado. Es el momento de dedicarme a ser un director invitado y dedicar una tercera parte del año a la ópera, otra a lo sinfónico y la última a descansar. Ser titular es mucho más que dirigir», asegura el maestro, que hace un resumen de su trayectoria: «He tenido relaciones muy largas con las orquestas fuera de España: 19 años en Berlín, 16 en Cincinatti (Estados Unidos) y 10 en Laussane (Suiza). Habiendo cumplido los 70 no veo claro que yo pueda tener la garantía de unirme a un proyecto a largo plazo, pues nuestro trabajo es muy físico». Así que se dedicará más tiempo a descansar en alemán, el idioma que impera en su casa por deformación profesional y afectos. Y admite que sufrió viendo la semifinal del Mundial: «Mi parte alemana estaba desesperada. Mi mujer –que es germana– me pidió el divorcio cuando marcamos», dice riendo. Y eso a pesar de que López Cobos asegura que «siempre he tenido el corazón partido, porque viví 20 años en Alemania», en los que estuvo como director general de música de la Ópera de Berlín. Por eso, tras la semifinal que enfrentó a España y a su país de adopción, encontró motivos para la alegría: «Sí, también me alegré mucho porque los alemanes ya han estado en muchas finales». «Además–dice–, me hace ilusión, porque se demuestra que por fin se puede trabajar en equipo en este país, cosa que nunca se hizo», lanza como hablando también de otra cosa. «Te da alegría que por lo menos en eso nos presentemos como un país», remata dejando claro que sí, que desde el principio también está hablando de música.
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