Marruecos
El corazón del turismo
Acabo de volver de ver el lugar de un crimen tan cobarde como repugnante y con una intencionalidad muy clara: perturbar la paz, la serenidad y sobre todo la economía de una ciudad que vive por y para el turismo.
Marraquech, uno de los símbolos más importantes de Marruecos. No tiene playa y la montaña, el Atlas, aunque cercana, no es parte esencial de sus atractivos. Son sus edificios ocres, su medina –ciudad vieja– sus mercados y plazas, de las que Jemaa Fnaa es la más emblemática. Su mercado es punto de encuentro de locales, lugar de visita privilegiado de turistas extranjeros y marroquíes. En sus puestos de comida, restaurantes informales, se reúnen turistas y familias, los cuentacuentos, encantadores de serpientes, los vendedores ambulantes, los monos adiestrados. Tan exótica y hermosa que fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en el año 2001, con todo merecimiento.
Allí, dominando los puestos de comida, se encuentra el café restaurante Argana, su planta baja da a la plaza y tiene dos pisos más. En el primero y más grande se produjo la tragedia. Allí se podía ver a los miembros de la policía científica marroquí con sus monos blancos, recogiendo pruebas para investigar el terrible atentado. El edificio ha quedado reventado, se atisba el horror que ha debido reinar allí. El terrorismo no es ciego, sabe muy bien a quién golpea, cómo, cuándo y dónde. Su maquiavelismo repugnante y cobarde ha tratado de reventar el corazón y símbolo del turismo marroquí. Hace unos minutos el pueblo llano se congregó de manera espontánea para condenar la barbarie de los cobardes terroristas. Son cobardes bestias que asesinan a inocentes, y con sus crímenes pretenden amedrentar al mundo.
Allí, en la plaza delante de las ruinas del restaurante Argana, se congregaron centenares de personas a corear cánticos contra el terror, primero con pancartas improvisadas, más tarde con algunas hechas con impresoras, seguramente de los comercios y locales. La gente humilde se comportó con dignidad y coraje, siguió haciendo su vida. Me resisto a decir vida «normal» porque nada puede ser normal tras casi quince asesinatos. La gente, turistas incluidos, han salido y se han sentado en los cafés y en las terrazas. Otros han cerrado sus comercios para ir a la plaza. Hoy hay que renovar el compromiso contra el terror, llorar a los muertos, consolar a sus familias, y aplaudir a las valientes, amables, pacífica y tolerantes gentes de esta hermosa ciudad histórica, llena de vida a la que el zarpazo de la muerte no ha conseguido doblegar.
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