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Recuerdos con gusanos

La Razón
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A la vista del punto al que he llegado, si pudiese desandar unos cuantos años en mi vida y elegir de nuevo el camino en cada cruce que me salió al paso, creo que repetiría al pie de la letra cada paso que di. Puede que el resultado obtenido con el transcurso del tiempo no sea exactamente el mejor de los posibles, ni el que soñé cuando era un muchacho, pero en la vida, como en cualquier viaje, son por lo general los percances los que hacen inolvidable la marcha, igual que el atleta de prestigio cala más hondo en nuestro corazón si por cualquier desgracia acabó sus días postrado en una silla de ruedas. ¿Alguien cree que el Mario Conde rutilante de los buenos días de Banesto le resulta al pueblo llano más entrañable que ese otro marcado por el desplome de su prestigio y diezmado por los sufrimientos de la cárcel? Su destrucción ha recreado la imagen de un hombre más aplomado, un tipo en cuyo rostro la fotogenia ya no obedece a los cuidados de la piel o a la gomina del pelo, sino a los arañazos del fracaso. El general arrollador y triunfante tiene que cuidarse mucho de cómo administra en público los dividendos de su victoria, no vaya a ser que la gente se encariñe con el general vencido. Yo siempre he desconfiado de los hombres que jamás fracasan y presumen de una vida organizada, firme y rentable, ideal para ser contada sin la menor emoción en una hoja de cálculo. Siempre he evitado la proximidad de hombres así y lo cierto es que la azarosa vida de la puta me ha parecido en todo caso más apasionante que la profiláctica biografía de su ginecólogo, del mismo modo que para la admiración literaria la figura del tahúr arruinado por el juego es más apasionante que la del crupier que asiste, profesional e impasible, a su hecatombe. Yo nunca creí que la opinión pública condenase la actitud del presidente Bill Clinton con la becaria en la Casa Blanca. La moral pública es a menudo el resultado de desmentir por intereses políticos la moral privada. En el caso de aquella relación del presidente americano, a mí lo que me inquietaba la conciencia no era que a Mónica Lewinsky lo ocurrido le afectase al alma, sino que, por culpa de una mala postura, se le resintieran las rodillas. Yo entiendo que haya gente que jamás haya hecho nada semejante en su vida. No es algo que me preocupe. La mía está llena de amarguras, de alegrías y también de asco. Y juraría que es la presencia del asco lo que hace que mi pasado tenga cierto sabor inolvidable. Salvo que la haya pintado Cezanne, una manzana sólo es verdaderamente inolvidable si al acabar de comerla escupes tranquilamente el gusano.