Bilbao

Sergio Aguilar pureza natural

Las Ventas (Madrid). Toros de José Luis Pereda y La Dehesilla (3º), desiguales. Manejables, 1º y 6º; complicado, el 2º; el 3º, gran toro, noble y con movilidad; el 4º, exigente pero con buen fondo; y el 5º, bronco y sin humillar. Un cuarto de entrada. Sergio Aguilar, de malva y oro, buena estocada (silencio); tres pinchazos, estocada casi entera, aviso (saludos desde los medios). Octavio Chacón, de crema y oro, que confirmó alternativa, estocada caída (saludos); pinchazo, estocada caída (saludos). Gabriel Picazo, de blanco y plata, estocada algo perpendicular, aviso, descabello (saludos); media atravesada (saludos).

Derechazo del diestro madrileño en su faena al cuarto
Derechazo del diestro madrileño en su faena al cuartolarazon

Este miércoles Sergio Aguilar cumplirá dos años. Un par de años de vida desde que volvió a nacer el 22 de agosto de 2010. Se libró milagrosamente de una fea cornada en el cuello en Bilbao. Allí, en Vista Alegre, demostró la clase torero que es. En realidad, lo cantó a los cuatro vientos durante todo ese verano de 2010. Sustitución a sustitución. Faena a faena. Oportunidad a oportunidad. Sin embargo, tras el invierno, 2011 trajo la amnesia a las empresas y el buen torero madrileño cayó en el olvido. Pozo del hastío en el que Bilbao, que le vio con el cuello rasgado, tampoco tuvo memoria. Sin recuerdo. Lo mismo en este 2012, fuera de las Corridas Generales, Aguilar no volvió la cara y echó la moneda al aire. Madrid, en verano. Apuesta para valientes. Y la moneda, aunque fallara la espada, salió ayer cara. La Puerta Grande, a milímetros. Los del filo de un acero romo que empañó, sin duda, una de las faenas más rotundas en Madrid de esta temporada.

Corretón de salida, el cuarto de Pereda, que sorteó un encierro con dos toros con opciones (3º y 4º) y otros tantos manejables (1º y 6º), llegó a la muleta bastito, moviendo sus 627 kilos en cada embestida. Tardo, pero con profundidad en el viaje, que obligaba al torero a una perfecta colocación y a tirar de su adversario para provocar una embestida soñada. Sergio Aguilar cumplió con ambas partes del contrato y el negocio salió perfecto.

Cuatro buenos naturales en la primera serie hicieron presagiar lo que estaba por llegar. Otra serie aún mejor. Ligada, limpia, largos naturales. Acompasando la muleta con los riñones para enganchar muy despacio los muletazos. Arrancados, robados con todas las de la ley. Esfuerzo máximo. Y Madrid ya volcada. Entregada a un torero al que había marcado en rojo para este festejo. Lo esperaba desde que el 2 de mayo dio argumentos también a golpe de natural. Se echó la mano a la derecha y terminó de prender la mecha. Encajado y tirando del animal, cargó la suerte para alargar derechazos con una hondura vista con cuentagotas este año en Madrid. Simplemente pureza. Oportuno el epílogo por ceñidas manoletinas para dejar la puerta grande entreabierta. Y entonces, pinchó. Una, dos, tres veces. Pero, el sueño de una tarde de verano, ahí quedó: para el que lo quiera escuchar. Toque de atención clamoroso, como la ovación que saludó desde la misma boca de riego.

Prácticamente inédito quedó en el complicado segundo, que nunca se empleó con la cabeza por las nubes en cada arrancada y que puso al madrileño en apuros con dos arreones de «cabroncete». Se orientó bien pronto y su matador tan sólo pudo dejar firmeza y, crueldades del destino, una buena estocada.

Antes había confirmado alternativa Octavio Chacón. Torero rodado al otro lado del Atlántico. Cobijado bajo el sueño americano ante la falta de oportunidades en España. Gustó en el de la ceremonia, un salpicado en el umbral de las fuerzas al que saludó con gusto en los de recibo para sacarlo a los medios. Muy protestado, lo mimó en la muleta entre serie y serie tras un torero inicio por doblones. A media altura logró sacarle dos series estimables por el derecho. Otra cosa fue en el pitón contrario, donde la faena se enfrió al perder las manos el burel en repetidas ocasiones. En el quinto, más pastueño y con un molesto calamocheo en el final de cada pase, el trasteo pecó de embarullado por culpa del brusco son del astado. Hubo arrimón final.

Gabriel Picazo se llevó el bombón del encierro. Un burraco de La Dehesilla que completó el quinteto de Pereda y al que recibió con un buen saludo rodilla en tierra rematado con varias medias y una larga cordobesa. Movilidad, codicia y nobleza. Tres cualidades que, además, reunió el astado con más motor de la tarde. El de San Sebastián de los Reyes lo toreó fácil, sin perder pasos, con solvencia, pero sin la raza y emoción que pedía tanta virtud junta. Faltó picante, y algo de colocación, para que el tendido rompiera. El sexto, que hirió de gravedad a Sebastián Pereira -una rabia de triple cornada por absurda y evitable-, fue manejable y bien podría haber roto a más. Picazo estuvo frío y no se dio demasiada coba en una labor que no tuvo eco alguno en el respetable.

Un tendido que estaba hechizado aún con la pureza de Sergio Aguilar. Qué naturales. Qué torero.

Parte médico de Sebastián Pereira: "Tres heridas por asta de toro, una perianal derecha de 5 centímetros que afecta piel y tejido celular subcutáneo; otra perianal izquierda de 10 centímetros que penetra en fosa isquiorectal, alcanza el isquión y respeta aparato esfinteriano anal; la tercera en la cara posterior tercio distal del muslo derecho de 20 centímetros que causa destrozos en músculos isquiotibiales, contusiona el nervio ciático y alcanza el fémur". Pronóstico "grave".