Libros

Barcelona

Victor Serge «podrido» estalinismo

Se publican por primera vez en España las memorias del disidente belga, autor de «El caso Tulayev» y «Medianoche en el siglo», que vivió la Guerra Civil española y conoció en primera persona la locura del estalinismo

082NAC30FOT2
082NAC30FOT2larazon

M urió como un vagabundo. Con un traje astrado, las suelas de los zapatos agujereadas, una venda que le tapaba la boca y entregado en la comisaría de policía por un taxista de México D. F. Sólo muerto vendaron la boca de Victor Serge. Y así, desahuciado, acababa de dejar de ser ese hombre que nació en una familia pobre criada en Bruselas, pero de origen ruso, y que vio a su hermano morir de hambre. Un chico que aprendió a leer solo, que abrazó los ideales de liberación del hombre, los sueños de igualdad, y pronto se topó con la represión. Vivió su desengaño sin bajar la voz, y su vida, según Jean Rière, fue la del «eterno vagabundo de los ideales». Serge se dio un nombre a sí mismo. O varios. El primero fue «Le Rètif» («El reacio»), un seudónimo con el que escribía en 1908 en los panfletos anarquistas de Bruselas. Después, se desplaza a Francia para seguir participando de las comunas y es detenido por posesión de armas de fuego.


Forja de una conciencia
Llegan sus primeros cuatro años de prisión, subalimentado, hasta que sale y toma un tren a Barcelona: «No encontré ninguna alegría de vivir en esa ciudad feliz. La trituradora de hombres seguía girando en mí. Experimentaba un remordimiento confuso. ¿Por qué estaba yo allí, en esos cafés, en esas playas doradas, mientras tantos otros sangraban en las trincheras de un continente entero?», escribe. Su conciencia se forja en un segundo nombre. Por primera vez escribe como Victor Serge en el órgano de expresión anarquista «Tierra y libertad». Va a las corridas de toros, mira bailar «a las sevillanas, las castellanas, a las catalanas», y siente que para él «es imposible vivir así».

Serge relata el aumento de la violencia en la Ciudad Condal, las soflamas, Durruti, algún cuerpo a cuerpo con la Guardia Civil… el fracaso de la Revolución de Barcelona. Su escritura emana energía y lucidez para interpretar los hechos. Es 1917 y se levantan los bolcheviques rusos. Serge viaja a Petrogrado para unirse a la «Russian army» y se suma a la revolución, pero no se convierte en un convencido: «Mi decisión estaba tomada, no estaría contra los bolcheviques ni sería neutro. Estaría con ellos, pero libremente, sin abdicación de pensamiento ni de sentido crítico». No ignora las chekas, la sangre: «El teléfono se convirtió en mi enemigo íntimo, y ésa es tal vez la razón de que sienta hacia él una aversión constante. Me traía a todas horas las voces de mujeres trastornadas que hablaban de arrestos, ejecuciones inminentes, injusticias, suplicando que interviniéramos».


Años de gulag
Asiste a los registros, las detenciones y el silencio que las sigue. «Veía en la formación del nuevo estado revolucionario que empezaba a renegar de sus promesas del comienzo un inmenso peligro. Todo se realizaba bajo pena de muerte». Denuncia los tribunales militares «podridos y depravados» y le cuesta caro. Como explica Rière, Serge no es complaciente consigo mismo, lo que confiere a sus memorias su valor literario. Para Pierre Pascal, son «el relato de una serie de fracasos». Sus encuentros con dirigentes comunistas, la toma de decisiones despiadadas, el desprecio por la vida, abarcan hechos que contextualizan décadas de sinrazón.

Serge, que se había unido a Trotsky, paga sus palabras con la deportación al gulag de Orenburgo. Desde 1928 cuenta los cinco años de represión y los tres de deportación, entre 1933 y 1936. «La cárcel estaba atiborrada de víctimas contra las cuales se encarnizaban funcionarios que eran profesionalmente obsesos, maníacos y tergiversadores. Yo releía en una penumbra perpetua a Dostoievski, que unos dulces sectarios, encargados de la biblioteca, me pasaban con simpatía». No es el único. Según las estadísticas, en 1928 hay 25,8 millones de hogares en el campo, semillero del anarquismo ruso. En 1936 no hay más de 20,3 millones. Habían «desaparecido» cinco millones de familias. Serge escapó de la presión internacional de intelectuales como André Gide. Vuelve a París, y se une al POUM de Andrés Nin. En España vuelve a sentir el aliento del estalinismo. Describe a personajes siniestros, «temerosos de calles iluminadas».

La salud de su esposa empeora, y se marcha a París de nuevo. Está ingresada en un hospital cuando conoce a otra mujer. Discrepa con Trotsky en torno al POUM y rompen el contacto. Tiempo después sería su biógrafo oficial, junto a su viuda. Las tropas nazis cercan la capital francesa y, mientras espera su visado, se entera del asesinato de Trotsky en México, país que le acepta como exiliado. «En París, como en México, había cafés donde se hablaba corrientemente de mi próximo asesinato», escribió. Vivió seis años más, hasta su muerte por ataque al corazón en 1947, con la sensación de haber sido, «desde el nacimiento, un exiliado político. Llevo conmigo la sensación de ser un extraño sin tierra, un apátrida, y poder reconocer en cualquier parte la unidad de la raza humana».


El detalle
ANDRÉS NIN Y LOS PERSONAJES SINIESTROS
En la historia de Serge, España tiene un papel crucial, porque es en Barcelona donde da sus pasos como revolucionario y donde confirma su desilusiones. Cuenta la visita de Joaquín Maurín y Andrés Nin (en la imagen) a Moscú. «Los dos comprometían su vida; Maurín destinado a un encarcelamiento sin fin, y Nin a la peor muerte durante la revolución española». En España siente el aliento del estalinismo. Describe a personajes siniestros, «temerosos de calles iluminadas» como Walter Krivitski, un agente comunista que, tras liquidar a opositores, confesó en 1941: «Yo fui agente de Stalin» fue el libro que publicó antes de ser encontrado su cadáver en un hotel de Washington con una bala en la cabeza.


«Memorias de un revolucionario»
Victor Serge
Veintisiete letras
608 páginas. 23 euros.