Sevilla

El final de la Fiesta

Los toros están condenados en Cataluña. El próximo día 28 el Parlament vota su prohibición

Antonio Tobaruela, de 16 años, alumno de la Escuela Taurina de Barcelona
Antonio Tobaruela, de 16 años, alumno de la Escuela Taurina de Barcelonalarazon

Tarde calurosa de abril. El bochorno primaveral empieza a dejarse sentir en Barcelona. Cobijados en su vivienda, dos personas, abuelo y nieto. El menor logra esquivar sus obligaciones con los estudios. Con picardía, los completa aceleradamente y ambos se disponen a pasar la tarde frente a la «caja tonta». Simplones dibujos animados, absurdos concursos, series repetidas… a golpe de zapping el panorama parece desolador. Un canal más y el ruedo de La Maestranza aparece reflejado en sus caras. Cartel de campanillas. Enrique Ponce, Morante de la Puebla y El Juli desfilan por el albero sevillano. El abuelo, como buen aficionado, se rindió sin condiciones. Su joven retoño no sabía lo que era, pero pensó que encajaba en sus gustos. Podía interesarle, así que «¿por qué no?», masculló para sí mismo. Ahí empezó la carrera de Antonio Tobaruela, avezado alumno de 16 años de la Escuela Taurina de Barcelona. Un fulgurante futuro que este miércoles puede quedar sesgado de raíz si el Parlamento de Cataluña vota a favor de prohibir las corridas de toros como resultado final a una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) promovida por los antitaurinos. A esa entrañable corrida televisada entre abuelo y nieto le siguió una segunda. Y otra. Un sinfín más hasta que apenas un puñado de años después, ya con catorce e incrustado en plena adolescencia, aquel imberbe crío se puso delante de su primer becerro. «Fue en Tortosa, en la ganadería de Rogelio Martín, lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer mismo: los nervios de los días antes, la noche en vela, los sudores fríos de los momentos previos… Fue el primer paso, el primer sueño en una profesión que espero que me dé muchos», rememora Tobaruela. Ahora, a los 16 años, lo tiene claro. Quiere «ser torero, figura del toreo», añade meteóricamente una décima de segundo después. Ése es el último escalón. El sueño más grande. Pero, también, el más complicado. Y encima, si ya de por sí resulta complicado abrirse paso en las sórdidas entrañas del escalafón para un chaval que apenas se afeita, hacerlo en la Cataluña de estos días, obliga a que la pirueta sea de triple salto mortal.

Una profesión tabú«En determinados momentos, me da reparo decir que soy torero. Salgo a cenar o tomar algo y me da vergüenza comentarlo abiertamente por miedo a toparme con algún antitaurino o con alguien que no aceptaría mi deseo de ser matador de toros. Sería un momento de mucha tensión y no me gustaría vivir una experiencia de ese tipo con nadie», lamenta atenazado por la cruda realidad que le aguarda sin tener que alejarse demasiado de su propio barrio.En el instituto, entre ecuación y ecuación, sus compañeros de clase se dividían cada recreo en cuanto tocaba pronunciarse sobre la extraña afición de su amigo. Unos alababan su valentía por ponerse delante de una vaca o un novillo, los más le respetaban sin darle mucha importancia, algunos se reían y otros se enfadaban en cuanto salía el tema condenando un hobby que estiman mucho más cruento que los centenares de muertos virtuales que aniquilan cada tarde a los mandos de una videoconsola. Afortunadamente, el joven novillero siempre ha encontrado el amparo y el respaldo de sus seres queridos, a pesar de no haber antecedentes directos vinculados al mundo de los toros. El único eslabón le viene de su abuela, prima del notable banderillero Curro Cruz, subalterno de Osuna (Sevilla), que toreó mucho aquí en Barcelona, pero al que ni siquiera conoce personalmente. Y es que su familia respeta la decisión, aunque no olvidan que tan sólo es «un niño de 16 años» con toda una vida por delante. Le piden que tenga «mucho cuidado». Antes de que su pequeño Antonio pronunciara las cinco palabras mágicas – «Papá, mamá, quiero ser torero»–, su interés por el mundo de los toros se limitaba a la indiferencia. «Si lo tenían que ver, psé… lo veían, pero no ponían la televisión expresamente para mirar una corrida ni echaban la tarde del domingo en La Monumental». Poco a poco, esa apatía va cambiando, empujados por su hijo, «se han ido metiendo en este mundo». «Se lo he pedido yo para que entiendan un poco lo que hago y también por no pasar esa vergüenza de la que antes hablábamos», reconoce el novillero, que lidiará hoy mismo su primer festival –sin dar muerte a los erales– en Vilanova i la Geltrú. Ese voto de confianza es el que reclama también para los votantes indecisos o que, a día de hoy, se muestran convencidos de votar a favor de la prohibición. Tan sólo les pide que «apuesten por conservar el mundo taurino». «Dejando aparte mi interés personal, deben ver que existe una gran afición en Cataluña, que mueve dinero para toda la comunidad y que también hay mucha gente que está viviendo gracias a los toros, familias que se quedarían sin nada», suspira en voz alta.

Pasión sin fronteras «Los políticos tenían que pararse a pensar dos veces las cosas y, sobre todo, conocer mejor lo que están votando. Muchos no saben muy bien qué son los toros, lo que suponen para tantísima gente ni lo hermoso que es todo lo que les rodea», insiste recordando que «además, es la Fiesta Nacional de España». Su contacto con dicha Fiesta le llega cada martes y jueves de la semana. Junto a su abuelo, ese mismo que le sentó delante del televisor aquella calurosa tarde de feria de Abril y ahora va a buscarlo día tras día: se desplaza nada más terminar de comer a L'Hospitalet de Llobregat. Allí, está su pequeño oasis, la Escuela Taurina. A simple vista, queda claro que el fervor por su pasión está por encima de los medios y los lujos. En el campo de fútbol de tierra del C.F. Gornal, se entrena tres horas y media junto a ocho jóvenes más, cuya edad oscila de los diez a los veintiún años. Bajo la supervisión de Luis Alcántara, director de la Escuela Taurina de Barcelona, los jóvenes novilleros se preparan primero físicamente. Dan tres vueltas al campo y estiran, lo demás corre por cuenta de cada uno. Acto seguido, los trastos adquieren todo el protagonismo para torear de salón. Recorren la superficie del campo de una punta a otra. Una vez, con el capote. Otra, con la muleta. Antes de irse, los Serafín Marín del mañana lidian un bravo y repetidor toro con forma de tradicional carretón. Fernando Gracia y Enrique Molina son sus dos profesores. La mayoría de las ocasiones, ellos son los conductores del inanimado astado. Animan a los novilleros como si de una amarga cornada se tratara. «Hay que tirar para delante». Tratan de motivarlos con el maná de una novillada cercana que cada vez tarda más en aparecer en el horizonte. Los guijarros en el camino son cada vez más puntiagudos. Los novillos cada vez resultan más caros. Tienen que pagar 200 euros por cada res lidiada sin subvenciones de ningún tipo.

Enormes dificultades«Todos los años hacemos una clase práctica –novillada sin picadores–. El anterior ya encontramos problemas, pero la Fundación El Juli nos echó una mano y se encargó de la organización de todo. No fue demasiada gente y tuvieron pérdidas, por lo que este año no se interesaron y no pudimos llevarla a cabo», explica Alcántara.A la hora de buscar referentes taurinos, Tobaruela no se fija en dos cualquiera. «Miro lo que hacen todos y les tengo un respeto enorme, porque están disfrutando ya con lo que yo quiero hacer, pero me gustan mucho José Tomás y Morante de la Puebla». Del primero admira «el valor y la colocación». Del segundo, «el temple y el gusto que tiene toreando a la verónica». Dos espejos en los que, en caso de materializarse la Iniciativa Legislativa Popular, para seguir viéndose reflejado, deberá cambiar de aires. Algo que no preocupa al novillero catalán. Él lo tiene claro. Si el miércoles vetaran los toros, se iría de Cataluña.Toreará aquí o dónde sea. Porque su pasión, la que descubrió junto a su abuelo, no entiende de fronteras ni naciones.