Bilbao

Sirimiri en Recoletos

La Razón
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La ducha es la protagonista de este agosto candente; la metafórica y la real; la ducha fría que Zapatero le ha echado a la empresa española con su original medida de cobrarle un tributo por adelantado con interés cero y las de los ventiladores de agua de las terrazas, esas otras duchas sin jabón ni mampara que han montado para la gente vestida, incluso demasiado vestida, y que a uno le hacen coger complejo de geranio público del ayuntamiento. La verdad es que no me parece muy elegante ni digno eso de que me rieguen como a una planta mientras me estoy tomando una Fanta. Ya sé que los años no pasan en balde y que me he marchitado algo, pero no es para tanto, creo yo. No es para que me persigan los camareros regadera en mano y me lo digan a la cara:
-¿Quiere que le acerque el aspersor del agua micronizada?
-No, gracias, que ya vengo duchado de casa.
Los ventiladores de agua se creen algo muy chic, pero son una versión cursi del barreño en el que mete la cabeza el albañil cuando se baja del andamio de la fachada del Banco Santander. Yo en alguna terraza de Recoletos he visto a gente refrotarse la cara, como los gatos, con el estiloso agua micronizada, pulverizada, presurizada, agilipollada de un aspersor de esos que me evocan el espesor de la condición humana. Porque es verdad que te alivian del calor, pero a qué precio. Al precio de mimetizarte con el reino vegetal y de perder la compañía femenina. El ventilador de agua no es igualitario. Es sólo para hombres. Las mujeres suelen huir de él porque les deshace el alisado del pelo a la queratina o les corre el rimel y el maquillaje.
Los ventiladores de esa agua evaporizada, nebulizada centrifugada, rebanada, engreída, son el único cambio climático que en realidad yo he probado en mi vida y no sólo climático, sino hasta cronológico. Cuando estoy sentado en una terraza de Madrid o la Costa del Sol, los ventiladores de agua me hacen creerme de pronto en Bilbao, en los años setenta, que es en los que todavía había allí sirimiri. Y es que el sirimiri, aquel aguacero en miniatura pero constante, tanto como lento y tedioso, se fue un buen día de la década siguiente porque se lo llevó Juaristi al exilio, a alguna universidad americana, para que lo estudiaran junto con la poesía lluviosa y bronquítica de Blas de Otero. El sirimiri de Bilbao estará ahora en alguna vitrina de la universidad de Texas o quizá lo secuestró ETA y nadie quiso pagar el rescate y nos pareció muy bien a todos que se lo llevara y nos dejara ya de tanto paraguas, tanta melancolía y tanta monserga.