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Muerte en Corea

La Razón
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La muerte del líder norcoreano Kim Jong-Il, después de ejercer durante tantos años el poder, no significa, infortunadamente, la muerte del régimen represor que existe en Corea del Norte. No es previsible un cambio ni en la política interior ni en la política exterior en este país ni tan siquiera un proceso de flexibilización, aunque fuese mínimo, en las conductas de quienes lo gobiernan. La apertura no existe ni en la imaginación de los más optimistas. La ausencia absoluta de democracia y la falta de respeto a los derechos humanos continuarán, y eso que la dinastía que dirige este Estado asiático lleva ya casi setenta años en el poder. No hay desgaste en el ejercicio de la represión y no hay esperanzas, por ahora, de un futuro mejor. La sucesión liderada por el hijo del fallecido Kim Jong-Il no es el camino. No parece posible que surjan movimientos internos que acaben con la situación, por lo que sólo quedaría una acción decidida y coordinada por parte de la comunidad internacional. Pero la solución desde esta perspectiva no es nada fácil. La posición de China al asumir la defensa del régimen norcoreano y constituirse en su principal aliado obstaculiza y paraliza eventuales decisiones en las Naciones Unidas y, lo que es peor, da la impresión de que influye, de manera decisiva, en el comportamiento de los demás Estados, incluso provocando «cierta pasividad» en los Estados democráticos. Si no comienzan a adoptarse medidas que conduzcan a un cambio substancial de rumbo en la política de Corea del Norte, este país continuará sumido en la miseria, en el hermetismo y en el aislamiento y sumamente alejado del progreso de la humanidad. Lo más grave es que las consecuencias quienes las sufren son directamente los ciudadanos norcoreanos, portadores de una profunda «desazón social». Es verdad que el programa nuclear que llevan a cabo las autoridades de Pionyang preocupa, que es una cuestión muy importante y que afecta al conjunto de los Estados y a la estabilidad mundial pero, también, lo relativo al respeto de los derechos humanos y al desarrollo económico y social de este país están en la base de la solución y de la superación de la actual situación. La ansiada reunificación de las dos Coreas sólo será efectiva cuando se produzcan avances en esas materias en Corea del Norte y esto sólo puede venir de la mano, en la actualidad, de una acción y sensibilidad internacionales muy diferentes a las que existen. Por lo menos, las agendas de los países occidentales deberían incluir, con ahínco, en sus negociaciones con China la cuestión de Corea del Norte y se precisa de un movimiento internacional a gran escala que conlleve el desmantelamiento de un régimen de esa índole. Entretanto, la muerte, por desgracia, seguirá siendo la cotidianidad en Corea del Norte.