Belleza

Placebos por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓ

Placebos, por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓ
Placebos, por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓlarazon

Los laboratorios farmacéuticos, apoyados (quizá) por el Colegio de Médicos y, sin medias tintas, por los «bloggers» y navajeros de las redes sociales que, so capa de racionalidad, defienden el integrismo de la ciencia (supuesta) frente a los desmanes (también supuestos) de la medicina alternativa, están desencadenando una campaña (la enésima) de descrédito de la segunda. ¿Quién la financia? No lo sé, pero me lo malicio. Cui prodest? Eso lo sabemos todos. Dicen quienes entran al trapo y a tan altos señores sirven que la homeopatía, verbigracia, es un camelo y que los aparentes (y evidentes, añado yo) beneficios terapéuticos de todo lo que no sea química, cirugía o tecnología son espejismo derivado del «efecto placebo». Muy bien… ¿Y aunque así fuese? Bendita sea esa ilusión –el amor pasional, que tan buena prensa tiene, también lo es–, pues lo que cura, cura, y lo que funciona, funciona, tanto si coincide con lo que la ciencia dice como si no. Seamos razonables. Séanlo también quienes tanto presumen de racionalidad y tengan cuidado, porque todos sabemos, gracias a Goya, que el sueño de la razón puede derivar a pesadilla que produzca monstruos. La medicina alternativa sirve para lo que sirve. No es una panacea, como tampoco lo es la medicina oficial. Ambas tienen limitaciones que nadie en su sano juicio puede poner en duda. Va dado quien recurra a la homeopatía, al reiki, a la ingesta de suplementos vitamínicos o a la agüita de Lourdes para quitarse una hernia, arreglar un cuello de fémur, curar un cáncer o desatascar, cuando ya estén atascadas, las arterias. ¡Que me lo digan a mí! Pero si otras muchas enfermedades o desarreglos del soma proceden de la cabeza, ¿por qué no va a ser el «efecto placebo», que emana de la psique, medicina eficaz y, por añadidura, sin culatazo yatrogénico para ese tipo de dolencias? Si yo pescara un cáncer iría al oncólogo, al chamán, a Fátima, a Boston, a la farmacia de mi barrio y al herbolario de la esquina. ¿O es, acaso, más racional apuntarse a la estúpida teoría, expresada por un personaje de Molière, de que más vale morir de acuerdo con la medicina que vivir en contra de su criterio?